jueves, 21 de julio de 2011

Dormir solo

Era la primera vez que iba a dormir solo y con la luz apagada y Madre ya le había contado el cuento de la noche; Madre casi siempre le contaba el mismo cuento pero con variantes y a él eso le encantaba. Una día podía morir quien era rey sabio, otra nadie moría, a veces, el giro de la historia no llegaba a ninguna parte pero estaba bien porque la historia era larga y para cuando se necesitara empezar a darle cierre Hernán ya estaba dormido y soñando. Madre le contaba esa misma historia por un lado para que él se sintiera reconfortado con lo conocido y por otro, para que también se encontrara con las sorpresas de un nuevo movimiento en la historia de los personajes que ya conocía. Muchas veces había soñado con el mono loco y con la princesa esclava y también con aquellas serpientas mensajeras que recorrían las tierras de Anhedonia para encontrar la magia que pudiera convertir a sus reyes del demonio en quienes supieran dar alegría a su gente.
Madre le había dado el beso de las buenas noches, pero esta noche todo estaría cambiando. Hernán por primera vez deberá dormir con la puerta cerrada y la luz apagada.
Hernán tiene 6 años y desde al menos 4 duerme solo en su habitación con una luz encendida y la puerta abierta. Hernán casi todas las noches despertó y del miedo salió corriendo hasta la habitación de los padres, en donde puede dormir con la tranquilidad de que nada va a atacarlo.
Madre durmió con él algunas veces en las últimas dos semanas, pero a la madrugada cuando se despertaba ya no estaba. Esta noche le tocaba empezar a conocer algo nuevo, comenzar a vivir otras experiencias y dormir solo, con la luz apagada y la puerta cerrada o entreabierta, según las palabras de Padre.
Padre las últimas tres noches se quedó con él toda la noche. Hablaban un rato y luego apagaban la luz y Padre le contaba de todo, de cada ruido y de cada sombra. La primera noche durmió con él en la cama, la segunda en cuanto se durmió se acostó en el suelo con una frazada y una almohada, y a la tercera cada uno durmió en su lugar.
Luego del beso de Madre y la pasada de Padre para dar también un beso con deseo de buenas noches, Hernán se quedó solo y cobijado por el acolchado de color azul a rayas blancas, con la puerta cerrada que dejaba ver por debajo que la lámpara del pasillo todavía estaba encendida y con la habitación prácticamente a oscuras salvo por la luz de luna que entraba por la ventana y que apuntaba directo al baúl de juguetes.
Hernán no podía cerrar los ojos. Sus pupilas agrandadas por la falta de luz y con la colaboración de aquel reflejo lunar que caía desde la ventana, lo ayudaban a ver todo.
-No quiero ver nada y dormirme rápido, se decía a si mismo, pero no podía lograrlo ni en cien años en ese estado y él lo sabía. Entonces comenzó a mirar su habitación por primera vez a oscuras y en silencio, y eso que ya era mucho y le pesaba, empezó a darle miedo; un miedo que nacía en el diafragma y le impedía conectar con el ejercicio de la respiración y que también lo llevaba a taparse casi completamente, con los ojos, la frente, el pelo y la punta de las orejas solamente descubiertos y porque tenía la intención de ver que era lo que pasaba por ahí, que se sabe bien que cuando uno no ve en la oscuridad, las cosas cobran vida. 
Recordó que Madre le había dicho que se intentara mantenerse tranquilo, que si miraba con calma vería que todo lo que puede parecer monstruoso no lo era en verdad, que eran las mismas cosas que se ven de día, pero que la noche puede transformar hasta lo más inocente en el peor de los peligros. Las palabras de Madre y la compañia de Padre las últimas noches posiblemente no fueran suficiente alivio. La luz del pasillo se apagó.
Transpiraba. Estaba transpirado desde los pelos hasta la punta de los pies, y detenía la mirada inocente de niño en cada una de las cosas y esa mirada, se iba coloreando de los sentidos que agudizan su capacidad cuando uno siente cerca el peligro.
La puerta del ropero estaba apenas abierta. No se movía ni para cerrarse ni para abrirse y se dijo que lo único que había ahí dentro era ropa y juguetes viejos y no monstruos. Vió que un pequeño resplandor salía desde adentro, por entre la ropa y pestañeó varias veces bien fuerte y el resplandor desapareció. No, monstruos no. Observó que el baúl de los juguetes también estaba abierto. Él hubiera jurado que lo había cerrado y eso, junto con los reflejos de la luna que proyectaba sombras fantasmales de todo tipo al iluminar tantas figurillas de juguete hicieron que sintiera un terror repentino. Empezó a temblar, y los músculos de las piernas con espasmos que no podía controlar hacían temblar la cama, los brazos cansados pero duros como nunca de la tensión, los ojos abiertos como agujeros sin fin, la cabeza con movimientos leves, casi imperceptibles, que iba hacia adelante y hacia atrás... una inspiración rápida y violenta. Otra. La tercera lo hizo reaccionar en pocos segundos y entonces entendió solo al rato y bajo sospechas, que solo eran sombras proyectadas de los muñecos sobre la pared gracias a la luz de luna y que no debía tener miedo a lo que solo era una sombra. Tardó minutos que parecieron horas en reestablecerse la sensación de normalidad en su cuerpo. Después de deliberar unos minutos decidió levantarse de la cama para cerrar la puerta del ropero y también el cajón de los juguetes. Era un chico valiente, de eso no hay ninguna duda. Primero se destapó completamente, luego apoyó un pie en el suelo, luego el otro, lento decidió incorporarse y dar un primer paso con la mayor cautela. El segundo paso encontró un roce, algo lo había tocado en su pie izquierdo para tomarlo por sorpresa y hacerle las peores cosas imaginadas desde siempre por nadie y por todos. Intentó correr, pero sin la conciencia de saber hacia donde y tropezó enseguida con un golpe de la rodilla derecha contra la punta de la cama. Cayó mirando hacia el lugar en el que se encontraba quién lo había tomado del pie... y no había nada. La rodilla por suerte no la pasó tan mal. Fué solo el susto. El pie recibió el roce de uno de sus muñecos tirado en el suelo... Hernán sonrió nervioso y se levantó. Parado en medio de la habitación por fin se decidió y se acercó rápidamente a la puerta del ropero y la cerró. Y se acercó al baúl de los juguetes y lo cerró también. Pensó en que Padre y Madre estarían felices por él y también pensó, todavía parado a un costado del baúl de los juguetes, en como contaría a sus amigos su primera experiencia nocturna a oscuras y en soledad, y se sintió bien. La mayoría de sus compañeros todavía no dormían a oscuras como él, y algunos todavía tampoco duermen solos.
Decidió acostarse y dormir. Esta vez se tapó solo hasta el cuello pero no pudo con eso de dormir y siguió atento a cada rincón de la habitación, no sea cosa que existan de verdad todos sus miedos pero que solo se animen a cobrar vida más entrada la madrugada y que lo atrapen por sorpresa... Al rato no pasaba nada. Nada se movía. Nada levantaba sospechas. Nada hacía ruido dentro de la habitación. A cada sombra, Hernán aprendió a encontrarle el objeto del cual provenía. Recorrió muy lento toda la habitación y todo, absolutamente todo estaba en orden. Le dolía la pierna un poco pero no importaba. Sus ojos empezarón a cerrarse, él a sentirse cómodo... al final durmió.