lunes, 11 de marzo de 2013

Uno de la escuela






Nunca pude olvidarme de Paja Cuellar. 
En realidad, me olvidé durante mucho tiempo y durante muchísimos ratos, pero nunca me lo saqué de la cabeza completamente. 
No es porque me haya dejado alguna huella positiva e imborrable, no. Creo que lo que me dejó es la sensación de que ningún chico entrando en la adolescencia debería ser como él. 
Tal vez lo tome de ejemplo para educar a mis hijos de manera tal que no se parezcan en nada a ese chico que conocí una vez.
Y en realidad, él no tenía la culpa. Era un pibe que como casi todos a esa edad  vienen con lo que traen puesto desde casa.
Y para seguir contando tengo que contar como era él porque sino no se entiende nada. 
Paja era un pibe raramente extrovertido pero a la vez con todas sus verdades en secreto. Que se lea, una persona de esas que te hablan como si supieran la verdad universal de la existencia pero que jamás te ponen un ejemplo personal como para darte a entender las cosas simplemente porque no pueden. Y si lo hacía era mentira, y te dabas cuenta cuando en sus historias entraban fantasmas o extraterrestres o cuando el podía saltar más de dos metros para salvar la vida de su vecina Rita la suicida y que de hecho, según él, salvó más de una vez. 
Paja entonces y entre tantas otras cosas, era de lo más mentiroso y jamás de los jamases decía una verdad, o si la decía no se notaba porque quedaba oculta entre líneas.
Yo durante mucho tiempo pensé que era así porque la realidad no le daba como para andar alardeando de ella pero terminé por saber, años más tarde, que si la realidad no da, mejor callarse la boca.
Paja, además, era desagradable con las chicas. Lo que menos hacía cuando intentaba regalarles un piropo, era regalarles un piropo. Siempre terminaba diciendo guarangadas indescriptibles.
Paja Cuellar era una persona fea por donde se lo mire. Escupía en clase, siempre olía mal, se movía raro. En fin, a cada momento uno podía encontrar algo que motivara el no querer acercarse.
Fisícamente tampoco era gran cosa. Flaco, muy flaco, petiso, bastante morocho, de manos muy chicas, casi encorvado, la boca como fuera de la cara, siete u ocho muelas menos, que en esa boca se notaba y mucho. 
Cuando hablaba se le escapaba la saliva por las comisuras, cuando se reía se le escapaba el aliento que hasta tentaba al diablo de salir rajando, y cuando puteaba por algo era todo junto, escupir, largar aliento fétido y palabras encontradas en los más grandes basurales.
A Paja le decíamos Paja por dos motivos.
El primero era por el aspecto físico. Una paja de escoba. Quemada, pero paja al fin. Nada más y nada menos.
El segundo motivo era la necesidad imperiosa que tenía constantemente de recurrir a la masturbación como descarga espirítual de la energía.
Muchas veces a la mitad de la clase pedía permiso para ir al baño a masturbarse con la excusa de dejar en libertad alguna necesidad fisiológica como ser, orinar. El pedía, -Profe, puedo ir al baño? -y si lo decía con una sonrisa era seguro que iba a frotarse la humanidad. Lo hacía sobre todo en la clase de Geografía, uno porque la Geografía nos parecía a todos aburridísima, y otra porque la profesora de Geografía era joven y muy linda y entonces, Paja, no podía evitarlo. 
Hay muchas historias de Paja en ejercicio masturbatorio pero en esta historia no vienen al caso.
Paja Cuellar, tenía con las chicas una suerte, que dada las condiciones que mencione arriba, era increíble. Y es que el flaquito feo, desagradable y mentiroso, era comprador. Además, las chicas de esa época y de esa edad eran propensas a creer las historias fantásticas que un mentiroso graduado con honores podía ofrecerles por más de que le faltaran dientes o le sobraran groserías. De hecho, las chicas de esa edad siempre fueron frecuentemente dadas a creer lo que un buen mentiroso pueda llegar a inventarles. Por eso es que hay que cuidar, en este sentido, más a las hijas mujeres. Porque ellas, llegando a la adolescencia, todavía saben creer muchas historias fantásticas.
Como dije, el desagradable, tenía suerte con las chicas. Y uno de mis mayores temores se hizo entonces realidad. Paja se levantó a mi hermana.
Mi hermana es un año y medio más chica que yo, y en ese momento ella era como todas las otras chicas. 
No me molestó que ella besara a un chico y que haya sido una de las primeras veces, pero sí que fuera a besarlo a este pibe, porque de verdad no era para ella. Y juro solemnemente y con la mano en alto que todo lo que vengo diciendo de Paja es así, y que no está manchado por el resentimiento ni nada que tenga que ver con el hecho de haber besado a mi hermana en repetidas ocasiones. Tengo testigos que pueden testificar a mi favor. 
Por suerte después de un tiempo corto mi hermana se dió cuenta por gracia y consejo de una amiga de lo que estaba haciendo y lo abandonó.
Lo último que quiero recordar por ahora de Paja es de cuando lo fajó uno de los de sexto año. Día que también fué el último de Paja en la escuela.
Paja solía comprar revistas pornográficas. Muchas. 
Nadie sabía de donde sacaba la plata pero nunca se lo preguntamos quizá por miedo a encontrar en su respuesta una realidad que hiciera más nefasta a la realidad que ya conocíamos y que de hecho no admitía más grises ni negros ni nada que siguiera restando.
El hecho es que compraba muchas.
Paja siempre llegaba temprano al colegio y antes de la primer clase nos mostraba algunas de las fotos de sus preciosas revistas. 
Que él fuera el dueño de las revistas le asignaba un reinado que lo hacía importante al menos en lo que duraban esos ratos.
Nosotros nos formábamos en ronda para ver semejantes maravillas y él hundido en el regocijo que le provocaba tener el poder.
Un día en uno de los recreos creo que de la primer hora se le acercó un pibe más grande, que después supimos que era del último año y que ya había cumplido los dieciocho, y le empezó a decir a los gritos que era un atrevido y que como se le ocurría a un pendejo de mierda como él hacer eso, y en medio de todas las cosas que le decía le iba pegando cachetazos como haría una madre enfurecida y enceguecida a un hijo en las últimas, pero con más fuerza. Paja intentaba cubrir su cara pero el del último año seguía dándole y si no podía en la cara se la daba en la cabeza o en los brazos flacos y descubiertos de Paja que a esa altura era un bollo. 
Cuando hubo terminado se fué no sin antes tomar la mochila de Paja, e ir vaciándola mientras a cada una de sus cosas las revoleaba lo más lejos que podía. Incluso las cuatro o cinco revistas que llevaba siempre guardadas en su mochila y que eran sus favoritas. A cada revista tomada, el del último año le gritaba que era un pendejo pajero y que todos en el colegio tenían que saberlo, y que además era un ladrón. Ahi sí, terminó y se fué.
Lo que había pasado fué que al parecer Paja robaba las revistas de un puesto de diarios cerca de la estación y en el cual trabajaba un hombre al que estaba volviendo loco una o dos veces a la semana, robando sus revistas mientras el hombre acomodaba los diarios del día. Hasta que ese día le salió mal. Paja se acercó por atrás del puesto como lo había hecho todas las veces que llegó a tomar sin pagar, pero esta vez el hombre lo estaba esperando y lo sorprendió tomándolo del brazo y reteniéndolo unos segundos como para asustarlo. 
El hombre lo reconoció, porque Paja no siempre le robaba. A veces Paja pagaba el diario, o alguna revista de moda de las baratas, como para relojear con tranquilidad cuales eran las revistas pornográficas más fáciles de llevarse con una corrida. Y pasó que su hijo, el del último año del industrial, ayudaba a veces al hombre antes de ir al colegio y había visto a Paja comprar un par de veces. Entonces el hombre lo reconoció, y luego se lo contó a su hijo, y el hijo lo vió en el colegio y lo llenó de cachetazos y le hizo pasar una verguenza grandísima.
Paja en ese recreo, después de la paliza, se quedó solo y llorando. Y cuando sonó el timbre enfiló para el aula con la cabeza gacha, sin despegar la vista del suelo y colorado como yo pensaba que a un morocho jamás se podría ver. Es que se había puesto tan pálido que se le notaba la verguenza en la humanidad misma.
Pasó la última clase, la de Matemáticas, y Paja se fué. 
Y no vino nunca más. 
A mi me dió una pena terrible. Me acuerdo y me lleno otra vez de esa misma pena que sentí en aquel momento pese a todo lo que era Paja en su esplendor del desagrado. Porque no era su culpa, porque era solo un pibe mal enseñado, porque las malas las podemos pasar todos y algunos ser más suceptibles que otros y no poder evitar caer en las mismas trampas de la vida en las que cayeron los que les enseñan.
En el fondo no era mal pibe. Pero viste?, no todos cargan con el mismo peso.



martes, 5 de marzo de 2013

Gracias por su compañia






- Buenos días.
- Buenos serán para usted. 
- Disculpemé no quise importunarlo.
- Peor si no me importuna, solo le estoy diciendo que las buenas en este día podrían estar de su lado. No del mío. 
- Pero digame que le pasó entonces buen hombre que las buenas no están hoy con usted!
- He conquistado el corazón de una mujer hermosa.
- Buena fortuna!. Entonces es todo lo contrario. Como es que me dice que no, cuando sí?
- Porque es no. La mala suerte me atormenta.
- Cuenteme. Pero no omita detalles. Cuenteme todo.
- No hay mucho en realidad. Esta mujer de la que le cuento iba caminando mientras revisaba su cartera para encontrar vaya uno a saber que cosa y entre caminar, esquivar a los demás peatones, y revisar mirando hacia el fondo de su cartera no va que se choca con un tipo y se le cae todo. 
- Y ese hombre era usted.
- No, que va, yo no la hubiera chocado. Siempre voy atento cuando camino.
- Y entonces?
- Entonces el hombre con el que chocó siguió caminando.
- Y fue ahí que usted la ayudó?
- Exacto.
- Y que pasó?. Cuenteme.
- Fué amor a primera vista. 
- Buena fortuna!
- Eso creía mi amigo. Eso creía.
- Siga contando, no se me pierda.
- Nos miramos unos segundos mientras juntábamos las cosas que se le habían caído. Casi sin expresión, o con expresión de sorpresa con parálisis momentánea. Creo que el amor nos sorprendió sin darnos tiempo a reaccionar. 
- Y?
- Y entonces le invito a tomar un café justo ahí. La cafetería estaba justo en la vereda en la que nos encontrábamos.
- El destino. A veces vió como se dan las cosas cuando tienen que suceder.
- Eso creí. De hecho lo sigo creyendo. El problema es que el destino, a mi, me la estaba jugando mal.
- Pero a ver, dejeme refrescar: Una mujer hermosa chocó contra un hombre mientras revisaba su cartera. Ese choque provocó que a esta mujer se le caigan las cosas que llevaba dentro de esa cartera. El hombre que la chocó, siguió de largo sin atinar a darle una mano. Entonces usted entra en escena para ser su héroe y ayudarla a recolectar sus objetos, en medio del tumulto de gente que andaba de acá para allá. Fué ahí que se miraron y quedaron congelados de la sorpresa, casi de la emoción diría yo, como algo que no se espera, como un milagro que está lejos hasta de soñarse porque puede no parecer real. El amor a primera vista de los dos, los choques de las almas que repentinamente quedaron desnudas frente al otro y la certidumbre de que eso no podía ser de otra manera. Entonces usted la invita a la señorita a tomar un café y ella le dice que sí, estoy en lo cierto?
- Si.
- Entonces que pudo haber salido mal como para que venga a decirme que de esa seguidilla de acontecimientos puede asomarse algo desafortunado?. No me diga que la señorita resultó en señora y además de casada ya andaba con hijos.
- Nada de eso.
- Cuenteme entonces.
- Lo que pasó con esa mujer hermosa fue que me sonrió.
- Y que más hermoso que la sonrisa de un amor!
- Usted no me entiende.
- Que no lo entiendo!, Dios mío!, que no lo entiendo?. Pero claro que lo entiendo, hasta lo envidio!. Es una envidia sana por supuesto. Nada de envidias que guardan deseos de infotunio para usted. Lo admiro demasiado y es además mi único amigo. Entonces le digo, mi envidia es sana. Tenga y guarde usted mis congratulaciones más grandes y todos mis deseos de que su vida con esa señorita sea grata, emocionante y de mucho amor correspondido. Y que todo ese amor, además, les traiga descendencia y sean felices hasta el fin de sus vidas.
- Le agradezco estimadísimo, y le juro que mis sentimientos hacia usted son iguales y tan legítimos como el que a sabido mostrarme. Pero no. No podré complacerlo. 
- Cuenteme. Vamos. Que la ansiedad me ajusta la inquietud. Me falta el aire.
- En cuanto la invité y me dijo que sí. Se levantó y empezamos a dar esos pocos pasos que nos separaban de las mesas más cercanas a la entrada de la cafetería y que estaban al lado de la ventana que daba a la calle. Todo eso casi sin hablarnos. Luego nos sentamos y nos miramos y nos tomamos de la mano. Entonces llego el mozo y preguntó que era lo que queríamos.
- No me diga que era borracha y pidió alguna bebida espirituosa y luego otra y luego otra más.
- Nada de eso. Escucheme.
- Lo escucho.
- En cuanto se fué el mozo volvimos a mirarnos y seguimos tomanos de la mano. Empezamos a hablar. No habíamos terminado con las preguntas de rigor cuando pasó lo que no creía en un millón de años que iba a pasar: Me sonrió.
- Y le vuelvo a decir: que más hermoso que la sonrisa de un amor!?
- Le estoy diciendo que no me entiende, pero no me deja terminar. Si me dejara hacerlo entonces podría darse cuenta del porqué de mi desafortunado día y de mis malas nuevas y entonces ahí, del porqué los buenos días serán para usted.
- Le ofrezco mis disculpas. Termine nomás, termine.
- Bueno ahí voy, sin más preámbulos: Su sonrisa era horrible, pero no solo eso. Su sonrisa era la más fea que haya visto jamás.
- Como que era horrible?. No me había dicho usted que era una mujer hermosa?
- Claro. Pies y piernas perfectos. Caderas increíbles, cintura de la misma catalogación. Busto como el de ninguna otra mujer. Una cara de rasgos a los que no se le encontraban defectos. El pelo de una sirena, largo, castaño. Bellísima Don Manuel, BELLÍSIMA.
- No lo entiendo.
- Que su sonrisa deformaba todo. Eso. Que cuando se rió se le deformó toda la cara y que sus dientes por más que fueran normales parecían envolver su cara y hasta daban miedo. Los ojos Don Manuel, los ojos. La nariz que se le hinchaba y se le subía casi hasta la frente o al menos daba la sensación de subir hasta la frente. Le juro que nada de su hermoso cuerpo, de pies a cabeza, compensaba la horrible sonrisa de esa mujer.
- Y digame. Que hizo?
- Y me fuí!
- Como se fué!?
- Me levanté y salí por la puerta.
- No se haga el vivo hombre que entendió mi pregunta.
- Si claro. Me fuí, salí rajando. No sabe Don Manuel, si la hubiera visto. el grado de fealdad al que llegaba esa mujer al sonreír. le juro que le daba vergüenza ajena mire.
- No puede ser. Me niego a creer que una mujer tan hermosa como la que me describe llegue a tener una sonrisa tan fea como para aplastar tanta hermosura.
- Le juro que es así.
- Además me dijo que usted en cuanto la miró sintió que era el amor de su vida.
- Me niego a creer que el amor para toda mi vida cargue con una sonrisa tan despreciable. 
- Al final resultó un prejuicioso.
- Pero si es un juicio!, No un prejuicio.
- Tiene razón. Disculpeme.
- Lo disculpo. Igual le cuento que no la abandoné ante esa primer sonrisa. Aunque le confieso que me hubiera escapado ante el atisbo de esa primer sonrisa si hubiera sabido de antemano como era.
- Ah, se quedó?
- Por supuesto, soy un caballero. Me quedé un poco más y hasta traté de disimular mi asombro, incredulidad y hasta mi rechazo. La cuestión es que me quedé todavía un rato más. Y ella seguía sonriendo y yo inventando situaciones desgraciadas como que se me había muerto algún familiar, alguna mascota, o algún amigo. Vió que uno cuando conoce a alguien y estos se importan desde antes de mirarse se tienen que más o menos poner al tanto?. Bueno, para ponerla al tanto y que no sonría le empecé a inventar situaciones tristes. Y es que la quería seguir viendo tan hermosa como hacía un rato vió?. Y miré que lo intenté, pero no pude. Hasta maté a un amigo le dije?. Usted era mi amigo.
- Como que yo?
- Si, usted. Dejeme decirle que el invento de su muerte me salvó cinco minutos al menos, de verle la sonrisa de nuevo. Y dejeme darle las gracias por eso. Le sigo contando.
- Siga nomás.
- Le decía entonces que andaba inventando desgracias para que no me sonría, cuando entonces le cuento de el día en el que me caí arriba de una vieja desde el balcón del primer piso de la casa de mi antigua novia. Esa vez en la que tuve que tirarme porque entraban sus padres y ella era menor de edad se acuerda?.
- Si claro, como podría olvidarme de eso?. Jaja, fué increíble.
- Bueno, entonces yo pensaba. Me caí, mandé al hospital a una vieja de la que me escapé sin chequear que estuviera viva, y además me estaba escapando del departamento de un matrimonio por el balcón, porque no quería que me vieran  con su hija menor de edad. Es una anéctoda perfecta como para evitar cualquier sonrisa, y además para sacármela de encima sin romperle el corazón. Si tan solo ella me hubiera creído un degenerado y un descorazonado... me entiende?
- Eso perfecto. Y aunque más allá de no entender el porqué de su acción, creo que si de todas maneras tengo que aceptarle, esa era la mejor manera.
- Bueno, dejeme decirle que no.
- No funcionó?
- No, y no solo sonrió, sino que al final de la sonrisa soltó una carcajada la muy cruel. No le bastaba con sonreírme y hacerme dar asco que me tuvo que dar una risa.
- Y que era tan fea también?
- Y no solo eso. Su risa era la de un chancho mi amigo. La de un chancho. Vió cuando le corta la garganta a un cerdito para comérselo?. Igual. De lo más fulero que me pasó en la vida.
- Pobrecita.
- Y... eso lo pensé después. Pero la verdad es que en ese momento no aguanté más la tortura y salí rajando.
- Me sorprende. Que quiere que le diga. 
- No se sorprenda, que a veces las cosas pueden ilusionar y robar esa ilusión de un garrotazo, en este caso, de una sonrisa.
- Lo siento mucho mi amigo, déjeme invitarlo con un trago para olvidar. Olvide conmigo y pasemos a otro tema.
- Acepto.
- Entonces le parece si empezamos de nuevo?
- Por supuesto.
- Dele. Como dice que le va?
- Como el demonio.
- Ojo que a veces con el demonio puede irle de maravillas.
- Tiene razón. Me va mal.
- Lo siento.
- Y que se le va a hacer. Lo desafortunado de la vida.
- Me alegra que sepa aceptarlo.
- En cierto modo a mi también, pero solo en cierto modo. Gracias a su compañia, mi estimado.




lunes, 4 de marzo de 2013

9. El Diablo






Pablo abre los ojos y ya sabe. Los recorridos mentales que siempre intentó seguir en sus sueños para escabullirse, nunca le permitieron llegar más allá. Y más acá o más para cualquier otro lado tampoco, porque en definitiva hacía rato que había perdido el control en algún sentido. 
El Diablo siempre negó con la cabeza y quedó dispuesto frente a él. Los últimos tiempos fueron así. Y digo los últimos tiempos porque no fué un tiempo, sino varios. Como haber pasado distintas vidas, aunque en una sola. Los tiempos de Pablo fueron cambiando y las ideas también, como todo lo que evoluciona. Y claro, si no evoluciona no cambia. Pablo cambió una y otra vez y no tuvo más remedio que ser unas veces uno y otras veces otro, y ser él mismo solo en los momentos de soledad y cuando la abrazaba a  su hermana y lloraba. Ahora, en sus sueños que seguían doliendo todavía y como siempre físicamente hasta después de haber despertado, también era distinto que al principio y también podía ser él mismo. 
En este tiempo de ahora podía moverse, aunque no levantarse de la silla, pero moverse, y hablar y ser él sin ocultar nada. Y porque iba a ocultar algo si el Diablo ya lo sabía?. En cierto modo para Pablito eso era un alivio.
Hace ya bastante tiempo que el Diablo visita a Pablo. 

- Hasta cuando?, pregunta Pablo.
- Hasta que entiendas o hasta que se te acabe el aguante flaquito.
- Pero si nunca me explicaste nada
- Tu vieja es una puta. Con eso es suficiente. Y sabés que no me gusta dar explicaciones. Pero sabés qué?. Ahora te voy a hablar. Y más te vale escucharme.
- Te escucho, mierda.

El Diablo se puso de frente, se acercó lento, y le dió un cabezazo en la nariz. Pablo empezó a sangrar. Estaba cayendo mucha sangre. 

- Pendejo de mierda. Mierda. Mierda sos vos. 
- ...
- Tu Mamá, tu Mamita, tu Viejita del alma, de tu corazón, la luz de tus ojos, la que te alimenta, la que te dió la vida, la que te lava y te plancha, la que te despierta con el matecito antes de salir para el trabajo, la que se queda mirando televisión hasta tarde, la que mira con temor a que alguien entre, las películas eróticas de la madrugada para mientras masturbarse, la que a tientas sabe las cosas que te pasan aunque se tilde de Madre que conoce a sus hijos y da todo por sus hijos, la que te carga con la responsabilidad de ser el hombre de la casa porque tu hermano se fué, la que te pide que la ayudes con tu hermana que todavía no puede sola con la vida, la que te sonríe, la que te compra, la que te vende, la que te abraza pero después y sin que te des cuenta te apuñala, la que te besa, la que te desea. Te desea. La que anuncia ante cualquier vecino y aún habiendo pasado tanto tiempo, que su marido la abandonó cuando la que lo rajó fué ella, la que provocó la ruptura, la que dejó a un hombre hecho pedazos, borracho para olvidar, sucio por descuidado, porque ya no le importaba nada, porque había perdido a sus hijos y se le había derrumbado la familia por la que tanto había luchado durante tanto tiempo, la que argumentó con ideas propias de la desesperación, la que creyó que se quedaba sola, la que por eso mismo dió vuelta la tortilla, la que te dejó sin Padre, la que te dejó con una hermana rota, la que te sacó la posibilidad de un buen hermano mayor, la que se cubre con un manto que muestra amor sin barreras, la que debajo de ese manto está armada de mentiras bien sostenidas unas por otras, la que te ofrece amor y te da amor pero también te ofreció mentiras como verdades y te engañó a vos y a tus hermanos, la que dejó caer las fichas, la que nunca gritó, la que dejó que tu Padre gritase, la que usó esos gritos para hacércelos jugar en contra, la que te da un beso antes de ir a dormir, la que no sabe que te vengo a ver y a recontra cagar a trompadas por pelotudo, por hijo de una gran puta, después de ese beso, la que te pregunta como te va cada día después del trabajo, la cómoda hija de una gran puta y la puta madre que la parió que se la pasa tranquila en la casa, con pocas preocupaciones porque vos salís a ganar la plata y se la dejas a ella. Esa. Esa es una puta con todas las letras y bien marcadas. Así: PUTA.
- ...

Silencio. Lágrimas. Sollozos. Gritos. Más lágrimas. Negación. Gemidos. Falta de aire. Más negación. Incredulidad. Dolor. Otra vez silencio. 

- No puede ser. Yo la conozco. Los conozco. Yo sé.
- Vos no sabés y por eso es que vengo tratando de hacerte entender. Las trompadas son solo algo que me pareció más acorde a todos estos encuentros, y además es como un incentivo que tuve como para no aburrirme demasiado viste?. Vos no sabés nada. Pensalo. Pero pensalo de verdad. Cuando fué que tu Papá discutió tanto con la PUTA de tu Madre y que todo se terminó yendo al carajo?. Pensá pendejo, pensá. 

Pablo despierta y se queda en la cama. Es todavía la madrugada y piensa que levantarse a tomar agua va a ser lo mejor. Yendo por el living hacia la cocina pasa por la habitación de su madre. La escucha gemir apenas, como si estuviera conteniendo las ganas de gritar con todas sus fuerzas para descargar toda la energía que le generaba tocarse la zona genital y andar casi por el final del episodio. Sigue de largo y recuerda todas las palabras. Se sirve agua y vuelve a recostarse en la cama. Cierra con llave, pasan las horas.
Vislumbra. Ve. Reconstruye.
Entiende. Acepta. 
Se siente un idiota al ver como le rompieron a las patadas todas las posibilidades  de ser algo más, algo que pudo haber sido. 
Vuelve a dormirse empapado en lágrimas. 

Todo está negro. No hay luces. 

- Esta es la última vez. Si tengo que volver lo vas a lamentar para siempre.
- ...

Pablo vuelve a despertar. Se levanta en silencio. Gloria lo mira y atina a pasarle un mate al mismo tiempo que intenta besarlo. La esquiva.       
Sale de la casa sin hablar con nadie. 




8. Pasame la Ginebra







- Pasame la Ginebra, Chino.
- Tomá Pablito, pero no te la tomés toda que es lo último que hay para bajar.
- Chupala, Chino.

Pablo se toma todo lo que queda en la botella, que si bien no es mucho, sí lo es como para bajar de un solo trago.

- Sos un pelotudo!!!. La concha de tu madre Pablo y la reputa que te parió!!!. Y ahora?
- Ahora vamos a un quiosco y ya fué, Chino. Lo pasamos a buscar al Polaco, al Jetón y a Gabi, y listo.
- A tu hermano?. No era que no lo querías ver ni en figuritas?
- Sí, pero es el que más se la banca, y después de todo es mi hermano.
- Está bien, vamos. Tenés para un churro?
- Sí, ya lo tengo listo. Mandale mecha, tomá.
- Venga.

Las calles en el barrio estaban desiertas. La noche estaba despejada y apenas una brisa fresca daba la vuelta en las esquinas. La noche ideal, pensó el Chino. La puta que lo parió, pensó Pablo.
Cuando ya estuvieron con Pablo y el Chino, el Polaco y el Jetón, fueron a buscarlo a Gabi.
Pablo no quiso entrar, entonces golpearon el portón y llamaron a los gritos.

- Gaaaaaabiiiiii!!!!. Gaaaaabbbbiiiiiiiiiiii!!!!.

Se asoma Gloria a la ventana.

- Quién es!?
- Llama a Gabi, Mamá. Decile que venga.
- Para qué lo querés?
- Decile que venga. Cosa de hermanos.
- Esperá.

Pasan dos o tres minutos. Sale Gabriel.

- Que quieren pendejos?
- Tenemos que ir a buscar escabio.
- Y a mi que carajo me importa?
- Vos te la bancas mejor Gabi. Hacenos la segunda que nos queda toda la noche.
- El pelotudo de tu hermano se terminó toda la Ginebra.
- Callate Chino la concha de tu madre.
- A mi hermano el único que le dice pelotudo soy yo Chinito del orto. Escuchaste?
- Si.
- ...
- ...
- Y si vamos al quiosquito de Bustamante?
- Esperá Polaco que todavía nos falta saber si Gabi viene con nosotros.
- Y vos Jetón?
- Dejalo al Jeta que viene de un mal día. A este hoy le tenemos que dar para que tenga y para que mañana se duerma todo el día.
- Y Gabi?. Venís?
- Aguantá pendejo que me busco las cosas y salgo.

Gabriel se va para adentro. Pablo habla.

- Ahora se meten las ideas en el ojete y le hacen caso a mi hermano que es el que sabe.
- Está bien.
- Dale.

Los demás también asienten. El Jetón sigue callado.

- Vamos, dice Gabriel.

Encaran para el lado de Bustamante.

- Ustedes callados me siguen a mi, entienden?
- Ya les dije, gabi.
- Listo.

Fueron callados casi todo el camino. Eran solo siete cuadras, pero parecieron veinte. Ya en la esquina Gabriel dió las indicaciones.

- Vos Polaco y vos Chino, van primero, siguen de largo después del quiosco, se paran en el portón de al lado y esperan ahí. Vos Jetón, te quedás dos casas antes y si pasa algo y no llegás a responder como tiene que responder un campana te bajo los dientes a patadas. Vos Gabi tomá esto, y antes de entrar te lo ponés y entrás conmigo y aprendés.

- Un gorro?
- Un pasamontañas, boludo.
- Ah, claro.

Acataron las órdenes en silencio. Fueron por tandas. Cuando el Polaco, el Chino y el Jetón estuvieron ubicados, Gabriel y Pablo entraron. Gabriel con una mano dentro del buzo canguro.

- Hola, dijo el hombre que atendía el quiosco mientras se daba la vuelta para atender, e inmediatamente después de verlos calló.
- Dame la plata y las botellas de ahí arriba y que no se te ocurra hacer nada que no te diga yo que hagas porque te cago de un corchazo en la cabeza.

El hombre empalideció. Intentó moverse, pero no podía. Los nervios le estaban jugando en contra.

- Dale la concha de tu madre, dame la plata y las botellas!!!
- Si. Si. Dijo el hombre.

Era un hombre joven de menos de treinta. Unos segundos después que para él fueron eternos, pudo reaccionar y moverse. Metió la plata en una bolsa y empezó a bajar algunas botellas del estante alto en donde estaban las bebidas alcohólicas. 
Pablo miraba. Estaba muy nervioso y quería salir corriendo, pero se la aguantó, no sea cosa que Gabriel después lo reviente a trompadas y que sus amigos se burlen de él por su cobardía.
Pablo no era así, pero así estaba siendo, y no podía evitar aquellos rumbos, en estos tiempos.

- Dame las botellas de Ginebra, la de Whisky, y aquellas tres de vino, dijo Pablo.

El hombre obedeció y las puso en bolsas sin decir ni una palabra.
Cuando hubo terminado pasó las bolsas. 

- Agarralas vos, dijo Gabriel a Pablo. Y vos pelotudo date vuelta y contá hasta cien.

Llegaron a la esquina festejando a los gritos y se tomaron una de las botellas de vino en una ronda que dió solo dos vueltas. Sintieron como el líquido bajaba por sus gargantas y al final, descanzaron sobre el cordón.

- Jajaja! casi se mea encima el pelotudo del quiosco.
- Tené un poco de respeto pendejo que si el boludo ese es otro que no es tan boludo y no te das cuenta te puede salir todo mal. Vamos a salir un par de veces más. La próxima la manejás vos.
- No, yo no quiero. A mi no me gusta salir a robar.
- Jajaja. Callate gil. Si vos tuviste la idea.
- De verdad, Chino. Se me ocurrió nada más que porque quería tomar algo más y no quedaba nada. De desesperado viste?. Pero no lo hago más.

Todos empezaron a reírse. Y siguieron festejando la victoria. Y se hacía de día cuando volvían a sus casas.




Canción abisal





Canción abisal.
Busco muy dentro, en el centro gris de tu mundo.
Me llevo lápices y encuentro papeles.

En que lugar de este campo inmenso te encontraré?
Detrás de cual de estas mil paredes te encontraré?

Abre mi boca, pinta mis alas.
Aquí estaré para ti.
Muerde mis manos, besa mi espíritu.
Siempre estaré para ti.

Escucho ruidos.
Hay un remanso de aguas claras que reflejan cielo.
Hay espacios de vida y se encuentran cerca

Cuando mis ojos verán tu alma reflejada en mí?
Deberé alejarme y volver en otros tiempos?

Abre mi boca, pinta mis alas.
Aquí estaré para ti.
Muerde mis manos, besa mi espíritu.
Siempre estaré para ti.


Vuelan pájaros negros y azules.
Debe ser que tu respuesta está guardada en ese andar de aire,
allí arriba.

Todo esto que es el mar me pertenece y te hace feliz.
Tus palabras me encuentran libre, y es amor.

Abre mi boca, pinta mis alas.
Aquí estaré para ti.
Muerde mis manos, besa mi espíritu.
Siempre estaré para ti.








10 pasos




Hoy jugue en un film interminable.
Y fue así: yo vi tu amor, yo vi mi amor

Me enteré, no es el ego más que yo.
Y al final: abrí quien soy, ya sé quién sos

Somos mucho más de lo que somos.
Yo, soy mucho más.
Vos sos mucho más.

Hoy me fuí, y aquí estoy en este trip.
No pensé, a veces no hay que pensar.

Hoy corrí, di diez pasos y te extrañaba, 
y volví.

Somos mucho más de lo que somos.
Yo soy mucho más.
Vos sos mucho más.



Desangelados




Despertarme en vez de caer.


Sin condena ni juzgarme si decís que te vas.

Convencerme de que no se quebró.

No colgarse del destino, ni volver o levitar,

tirar para adelante, no volver atrás.

Mirarme desde el aire, besarte en cualquier parte.


Y mirarme desde el aire, y besarte en cualquier parte.


Habrá que desalmarse o morir con amor.