jueves, 2 de agosto de 2018

Las veces que somos

Hacer terapia es la desgracia, a veces. Otras veces es la gloria. Y tanto cuando es la desgracia, como cuando es la gloria, es por la misma razón: uno sabe, y no sólo sabe, sino que también puede poner en palabras, aunque más no sea en su pensamiento -por la cobardía de no mostrarse-, quién es. 
En mi caso también mi terapeuta sabe quién soy. Gracias!, a las leyes éticas, morales y de la justicia, por el secreto profesional.
Llegar a este punto es complicado. Recuerdo que cientos y cientos de veces en las que me sentaba frente a un terapeuta o un amigo y hablaba de algo, y a mi verdad, yo la escupía a medias. Porque, ¿saben cual es la verdad?, ninguna. La terapia me dió la consciencia de saber que mi verdad es solo mía y que otros tienen una diferente aún acerca de un mismo tema.
Pero vuelvo a lo de que llegar al punto de saber y aceptar y poder poner en la mesa quién es uno, es complicado.
¿cómo alguien puede llegar a hablar acerca de que...? no voy a hablar de quién soy. Sé quién soy y no me importa que nadie lo sepa.
Digo que es díficil aceptarse completamente. Yo mismo creía que me aceptaba completamente porque podía decirme a la cara frente a un espejo que no podía evitar pajearme con la veca de al lado. También lo creí durante bastante tiempo, después de haberle dicho a mi padre que sus borracheras me jodieron la vida y que se vaya a meter por culo toda su declaración de amor de padre arrepentido junto con mi madre, que también era putamente culpable, para mí. Me sentí bien por eso, creí que había logrado por fin valerme por mi mismo en mi alma.
Muchas veces sentí que había logrado saltar una barrera, que podía considerarme por fin un hombre que sabía quien era.
Pero no. No sabía un carajo.
Después me pasó que tuve hijos. Y volví a terapia. Después de pasar por el consultorio de dos imbéciles que nada sabían de nada, encontré a la tercera alguien pasable para la charla.
Sentí que otra vez estaba avanzando. Que daba un paso más y que podía llegar a ser mucho más para mis hijos que lo que mis padres fueron para mi, en todo sentido. Incluso creía que podía ser mucho más para mi mismo que lo que la gente que conocía podía ser para si misma. Así creció mi ego pensante, y al mismo ritmo y tiempo en el que la realidad se preparaba para patearme en el culo lo más fuerte que podía.
Pero no. No sabía un carajo otra vez.
Y mientras tanto se gestaba algo.
Pasados unos años murió la persona más importante para mi formación ética y moral y que también fue la más importante para mi construcción de ser de amor.
El estallido fue increíble. Nunca creí que podía desestabilizarme tanto. Y es que trabajar dentro mío durante tantos años me convirtió en alguien a veces muy sensible a sus propios sentimientos.
Terminé roto, con varias capas de personalidad fuera de mi piel. Quedé basicamente desprotegido de mi mismo y de mi entorno o eso es lo que sentí que pasaba.
me terminé separando y volví a terapia. Ahí conocí a la terapeuta a la que querría volver siempre. Y me di cuenta de que todavía tenía mucho que conocer y aceptar acerca de mí. Y también ahí me di cuenta de que el mundo entero vive sin saber quien es realmente. Y no solo ahí, sino también cuando la persona de la que me separé mostró un lado de si misma que nunca creí que podía existir. 
El ser humano tiene tantas connotaciones en su personalidad que nunca deja de sorprendernos. y su verdad puede ser tan difusa y cambiante como nunca podríamos imaginar de alguien a quién creemos conocer.
Al mismo tiempo conocí a alguien y para que voy a explicarlo, que no viene al caso, me encontré con otra parte de mi que me cambió para siempre otra vez. El choque intergaláctivo fue inexplicable. Y después la perdí por hacer cosas que no eran propias de mi persona. Porque también pasa a veces que somos otro que no somos. 
Y entre todas estas cosas me di cuenta de algo, otra vez: No sabía un carajo.
Aún cuando logré luego de muchos años de trabajo interno, saber mucho quién soy, también pude saber que puedo cambiar, que aunque no quiera a veces cambio igual, que no queda otra, además.
Todos cambiamos constantemente sin darnos cuenta la mayoría de las veces, y está bien, es así.
Mientras pasa el tiempo también pasamos nosotros, y también nos pasa la experiencia y las personas alrededor y los vientos de cambio arrasan con poco a veces, y con todo otras veces. 
Y lo que creo hoy -tal vez mañana lo crea diferente- es que todo cambio es bueno, por más que me sienta desnudo, por más que vea que la realidad me lleve a una deconstrucción que todavía no cesó de andar, a un cambio que todavía no es estable. Por más que crea que la crisis no termina y que me duele.
Sé que otro día, un día, voy a ver que las cosas ya no duelen tanto y que la felicidad no depende de lo que tenemos alrededor, y a veces ni siquiera de cómo somos ni de lo que pensamos, sino del amor que damos.