Cinco años después de su muerte y no puedo olvidarla.
No es que quiera, claro, evitar el recuerdo de aquellas manos abrazándome o de sus miradas de aceptación o de regaño. Pero es que no puedo evitar el dolor de aquella pérdida que puede parecer de hace ya bastante tiempo. No es tampoco que no tenga el entendimiento como para asumir que cuando la gente se muere no está más. Ni siquiera es que me encuentre en una depresión asfixiante en la que no puedo vivir más si ella no está a mi lado, o que las cosas como se fueron derivando luego de su muerte fueran lo peor que pudiera haber sucedido ya que sin ella la vida se para inevitablemente.
Pero no puedo olvidar el dolor de saberla muerta. Y porque no puedo evitar recordar el amor como nadie más me lo mostró en toda la vida hasta ahora.
El amor es una perra.
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