viernes, 14 de octubre de 2011

Milanesa, la revancha


… No apareció durante algunos meses. 

Milanesa habitaba nuestro recuerdo fresco como una lechuga pero de aparecer, nada.
Nada de nada.
Siempre nos acordábamos y nos cagábamos de la risa de lo que había pasado ese día en el que nos encontramos con él por primera vez. Se sabe que los chicos siempre acaban riéndose de cualquiera de sus aventuras aún cuando suponían algún peligro, como en este caso, era vérselas con un vago desconocido.
Se estaba acabando el verano y con él las vacaciones así que aprovechábamos para estar juntos la mayor parte del tiempo que fuera posible.
Un día, jugando a pegarle a los pajaritos que se posaban sobre los árboles con bolitas de esas verdes que todos los pibes arrancaban de los árboles que las tenían y con gomeros hechos de ruleros y globos, Juanca lo vió venir.
Hey! miren! milaneeeeeeeeeeeeeeesssssa! gritó, y entonces otra vez, nos quedamos callados mirando como venía, como la primera vez.
Estaba ya cerca y nos vió y nos reconoció pero no nos dió pelota, como si nada hubiera pasado. 

No tenía encima el balde que nos había robado y tampoco llevaba la campera verde militar sino que llevaba puesta una remera negra. Tampoco tenía su bolsa de arpillera, en cambio llevaba varias bolsas llenas de vaya uno a saber que cosas. El pantalon y las ojotas eran las mismas.
Esta vez fué Juanca el que empezó todo, y yo lo había pensado segundos antes, pero para arrancar este tipo de hazañas era medio cagón. Sí, seguía a quién fuera mi amigo en cualquiera de estas y algunas veces me arriesgaba primero, pero con Milanesa no pude ni una.
Le pegó un gomerazo en la cabeza que le hubiera dolido a cualquiera, y es este acto y en este segundo el que forjaría en el pecho del vagabundo como a fuego, el odio eterno.
Rajemos! dije apenas pudo salirme la voz, y asustadísimos corrimos antes de que Milanesa pudiera reaccionar.
Nos corrió un par de cuadras. Cansado se paró y empezó a putearnos, y nosotros nos paramos y empezamos a escucharlo. Su voz, si la recuerdo ahora, sonaba aguda de impotencia, al borde del llanto, como si tanta derrota en la mochila se agudizara aún más con el actuar de una manga de pendejos que nada sabía todavía de derrotas y de angustias devenidas.
Fué ahí cuando Manu le dijo en un grito de culpa sincera y de arrepentimiento y que nos ocupó a todos: Perdón!!!. Un pibe no sabe más que decir esa palabra en esos momentos, de la vergüenza o de la angustia o de las pocas palabras que sabe llevar encima, pero fue de verdad y Milanesa, se dio media vuelta y parecía que se iba pero no, se agachó durante unos segundos e hizo esto: agarró unas cuantas piedras de la calle y volvió a la carga y tirándonos piedrazos con todas sus fuerza y hasta nos pegó a algunos. Como decía, el gomerazo en la cabeza no lo perdonaría nunca.

Volvimos al rato un poco lastimados de los piedrazos los que los habíamos recibido pero lo que más dolía, y a todos, era la angustia.
Maldito Milanesa, si quería guerra y seguía pasando por nuestra cuadra, iba a tenerla.



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