- Buenos días.
- Buenos serán para usted.
- Disculpemé no quise importunarlo.
- Peor si no me importuna, solo le estoy diciendo que las buenas en este día podrían estar de su lado. No del mío.
- Pero digame que le pasó entonces buen hombre que las buenas no están hoy con usted!
- He conquistado el corazón de una mujer hermosa.
- Buena fortuna!. Entonces es todo lo contrario. Como es que me dice que no, cuando sí?
- Porque es no. La mala suerte me atormenta.
- Cuenteme. Pero no omita detalles. Cuenteme todo.
- No hay mucho en realidad. Esta mujer de la que le cuento iba caminando mientras revisaba su cartera para encontrar vaya uno a saber que cosa y entre caminar, esquivar a los demás peatones, y revisar mirando hacia el fondo de su cartera no va que se choca con un tipo y se le cae todo.
- Y ese hombre era usted.
- No, que va, yo no la hubiera chocado. Siempre voy atento cuando camino.
- Y entonces?
- Entonces el hombre con el que chocó siguió caminando.
- Y fue ahí que usted la ayudó?
- Exacto.
- Y que pasó?. Cuenteme.
- Fué amor a primera vista.
- Buena fortuna!
- Eso creía mi amigo. Eso creía.
- Siga contando, no se me pierda.
- Nos miramos unos segundos mientras juntábamos las cosas que se le habían caído. Casi sin expresión, o con expresión de sorpresa con parálisis momentánea. Creo que el amor nos sorprendió sin darnos tiempo a reaccionar.
- Y?
- Y entonces le invito a tomar un café justo ahí. La cafetería estaba justo en la vereda en la que nos encontrábamos.
- El destino. A veces vió como se dan las cosas cuando tienen que suceder.
- Eso creí. De hecho lo sigo creyendo. El problema es que el destino, a mi, me la estaba jugando mal.
- Pero a ver, dejeme refrescar: Una mujer hermosa chocó contra un hombre mientras revisaba su cartera. Ese choque provocó que a esta mujer se le caigan las cosas que llevaba dentro de esa cartera. El hombre que la chocó, siguió de largo sin atinar a darle una mano. Entonces usted entra en escena para ser su héroe y ayudarla a recolectar sus objetos, en medio del tumulto de gente que andaba de acá para allá. Fué ahí que se miraron y quedaron congelados de la sorpresa, casi de la emoción diría yo, como algo que no se espera, como un milagro que está lejos hasta de soñarse porque puede no parecer real. El amor a primera vista de los dos, los choques de las almas que repentinamente quedaron desnudas frente al otro y la certidumbre de que eso no podía ser de otra manera. Entonces usted la invita a la señorita a tomar un café y ella le dice que sí, estoy en lo cierto?
- Si.
- Entonces que pudo haber salido mal como para que venga a decirme que de esa seguidilla de acontecimientos puede asomarse algo desafortunado?. No me diga que la señorita resultó en señora y además de casada ya andaba con hijos.
- Nada de eso.
- Cuenteme entonces.
- Lo que pasó con esa mujer hermosa fue que me sonrió.
- Y que más hermoso que la sonrisa de un amor!
- Usted no me entiende.
- Que no lo entiendo!, Dios mío!, que no lo entiendo?. Pero claro que lo entiendo, hasta lo envidio!. Es una envidia sana por supuesto. Nada de envidias que guardan deseos de infotunio para usted. Lo admiro demasiado y es además mi único amigo. Entonces le digo, mi envidia es sana. Tenga y guarde usted mis congratulaciones más grandes y todos mis deseos de que su vida con esa señorita sea grata, emocionante y de mucho amor correspondido. Y que todo ese amor, además, les traiga descendencia y sean felices hasta el fin de sus vidas.
- Le agradezco estimadísimo, y le juro que mis sentimientos hacia usted son iguales y tan legítimos como el que a sabido mostrarme. Pero no. No podré complacerlo.
- Cuenteme. Vamos. Que la ansiedad me ajusta la inquietud. Me falta el aire.
- En cuanto la invité y me dijo que sí. Se levantó y empezamos a dar esos pocos pasos que nos separaban de las mesas más cercanas a la entrada de la cafetería y que estaban al lado de la ventana que daba a la calle. Todo eso casi sin hablarnos. Luego nos sentamos y nos miramos y nos tomamos de la mano. Entonces llego el mozo y preguntó que era lo que queríamos.
- No me diga que era borracha y pidió alguna bebida espirituosa y luego otra y luego otra más.
- Nada de eso. Escucheme.
- Lo escucho.
- En cuanto se fué el mozo volvimos a mirarnos y seguimos tomanos de la mano. Empezamos a hablar. No habíamos terminado con las preguntas de rigor cuando pasó lo que no creía en un millón de años que iba a pasar: Me sonrió.
- Y le vuelvo a decir: que más hermoso que la sonrisa de un amor!?
- Le estoy diciendo que no me entiende, pero no me deja terminar. Si me dejara hacerlo entonces podría darse cuenta del porqué de mi desafortunado día y de mis malas nuevas y entonces ahí, del porqué los buenos días serán para usted.
- Le ofrezco mis disculpas. Termine nomás, termine.
- Bueno ahí voy, sin más preámbulos: Su sonrisa era horrible, pero no solo eso. Su sonrisa era la más fea que haya visto jamás.
- Como que era horrible?. No me había dicho usted que era una mujer hermosa?
- Claro. Pies y piernas perfectos. Caderas increíbles, cintura de la misma catalogación. Busto como el de ninguna otra mujer. Una cara de rasgos a los que no se le encontraban defectos. El pelo de una sirena, largo, castaño. Bellísima Don Manuel, BELLÍSIMA.
- No lo entiendo.
- Que su sonrisa deformaba todo. Eso. Que cuando se rió se le deformó toda la cara y que sus dientes por más que fueran normales parecían envolver su cara y hasta daban miedo. Los ojos Don Manuel, los ojos. La nariz que se le hinchaba y se le subía casi hasta la frente o al menos daba la sensación de subir hasta la frente. Le juro que nada de su hermoso cuerpo, de pies a cabeza, compensaba la horrible sonrisa de esa mujer.
- Y digame. Que hizo?
- Y me fuí!
- Como se fué!?
- Me levanté y salí por la puerta.
- No se haga el vivo hombre que entendió mi pregunta.
- Si claro. Me fuí, salí rajando. No sabe Don Manuel, si la hubiera visto. el grado de fealdad al que llegaba esa mujer al sonreír. le juro que le daba vergüenza ajena mire.
- No puede ser. Me niego a creer que una mujer tan hermosa como la que me describe llegue a tener una sonrisa tan fea como para aplastar tanta hermosura.
- Le juro que es así.
- Además me dijo que usted en cuanto la miró sintió que era el amor de su vida.
- Me niego a creer que el amor para toda mi vida cargue con una sonrisa tan despreciable.
- Al final resultó un prejuicioso.
- Pero si es un juicio!, No un prejuicio.
- Tiene razón. Disculpeme.
- Lo disculpo. Igual le cuento que no la abandoné ante esa primer sonrisa. Aunque le confieso que me hubiera escapado ante el atisbo de esa primer sonrisa si hubiera sabido de antemano como era.
- Ah, se quedó?
- Por supuesto, soy un caballero. Me quedé un poco más y hasta traté de disimular mi asombro, incredulidad y hasta mi rechazo. La cuestión es que me quedé todavía un rato más. Y ella seguía sonriendo y yo inventando situaciones desgraciadas como que se me había muerto algún familiar, alguna mascota, o algún amigo. Vió que uno cuando conoce a alguien y estos se importan desde antes de mirarse se tienen que más o menos poner al tanto?. Bueno, para ponerla al tanto y que no sonría le empecé a inventar situaciones tristes. Y es que la quería seguir viendo tan hermosa como hacía un rato vió?. Y miré que lo intenté, pero no pude. Hasta maté a un amigo le dije?. Usted era mi amigo.
- Como que yo?
- Si, usted. Dejeme decirle que el invento de su muerte me salvó cinco minutos al menos, de verle la sonrisa de nuevo. Y dejeme darle las gracias por eso. Le sigo contando.
- Siga nomás.
- Le decía entonces que andaba inventando desgracias para que no me sonría, cuando entonces le cuento de el día en el que me caí arriba de una vieja desde el balcón del primer piso de la casa de mi antigua novia. Esa vez en la que tuve que tirarme porque entraban sus padres y ella era menor de edad se acuerda?.
- Si claro, como podría olvidarme de eso?. Jaja, fué increíble.
- Bueno, entonces yo pensaba. Me caí, mandé al hospital a una vieja de la que me escapé sin chequear que estuviera viva, y además me estaba escapando del departamento de un matrimonio por el balcón, porque no quería que me vieran con su hija menor de edad. Es una anéctoda perfecta como para evitar cualquier sonrisa, y además para sacármela de encima sin romperle el corazón. Si tan solo ella me hubiera creído un degenerado y un descorazonado... me entiende?
- Eso perfecto. Y aunque más allá de no entender el porqué de su acción, creo que si de todas maneras tengo que aceptarle, esa era la mejor manera.
- Bueno, dejeme decirle que no.
- No funcionó?
- No, y no solo sonrió, sino que al final de la sonrisa soltó una carcajada la muy cruel. No le bastaba con sonreírme y hacerme dar asco que me tuvo que dar una risa.
- Y que era tan fea también?
- Y no solo eso. Su risa era la de un chancho mi amigo. La de un chancho. Vió cuando le corta la garganta a un cerdito para comérselo?. Igual. De lo más fulero que me pasó en la vida.
- Pobrecita.
- Y... eso lo pensé después. Pero la verdad es que en ese momento no aguanté más la tortura y salí rajando.
- Me sorprende. Que quiere que le diga.
- No se sorprenda, que a veces las cosas pueden ilusionar y robar esa ilusión de un garrotazo, en este caso, de una sonrisa.
- Lo siento mucho mi amigo, déjeme invitarlo con un trago para olvidar. Olvide conmigo y pasemos a otro tema.
- Acepto.
- Entonces le parece si empezamos de nuevo?
- Por supuesto.
- Dele. Como dice que le va?
- Como el demonio.
- Ojo que a veces con el demonio puede irle de maravillas.
- Tiene razón. Me va mal.
- Lo siento.
- Y que se le va a hacer. Lo desafortunado de la vida.
- Me alegra que sepa aceptarlo.
- En cierto modo a mi también, pero solo en cierto modo. Gracias a su compañia, mi estimado.