viernes, 28 de diciembre de 2012

1. Pablo






Despierta sin abrir los ojos, como siempre que se despierta. La diferencia está en que se encuentra sentado y eso lo alarma cuando se da cuenta, entonces abre los ojos y siente la oscuridad y quiere mirar. 
Parpadea sin querer, pero queriendo, como disimulando en un estado de alerta, intentando algo que no funciona por las dudas de que sí lo haga, pero no pasa nada y todo sigue oscuro, y esa oscuridad es densa, densísima, es la negrura del alma más negra. 
Un sobresalto lo hace tener el acto reflejo del movimiento y quiere pararse de inmediato pero no puede porque algo lo tiene atado a la silla, aunque no siente nada, ni cuerdas ni esposas. Nada. Tampoco puede mover la cabeza cuando quiere ver que es lo que no le deja mover las extremidades. Solo puede, aún intentándolo con toda la fuerza de su cuerpo, estar inmóvil, mirando hacia el frente, los brazos caídos hacia los costados, las piernas flexionadas a noventa grados con las plantas de los pies apoyadas completamente contra el suelo. Mover los ojos y parpadear también. Eso sí puede hacerlo.
Hay silencio, un silencio que inunda toda la negrura que lo envuelve; sin embargo una presencia, algo que no se ve y que no se escucha pero que evidentemente puede sentirse anda dando vueltas.
Siente escalofríos, se pregunta que hace ahí y que es ese lugar. No entiende cuales son las razones por las cuales alguien podría estar haciéndole algo así, encerrándolo y sujetándolo de esa manera en aquel sitio tan oscuro que parece infinito y pesado. 
Quiere gritar y no puede. La voz no le sale. Lo que hace entonces es llorar y preguntarse porqué.
Sintiendo que está por explotarle el corazón y que cada segundo que pasa es una eternidad, empieza a contar. 
Al cabo de un rato calcula que el tiempo que pasó antes fué corto, apenas unos cinco minutos. Entonces entre el tiempo de antes y este en el que estaba contando, sumados, dan siete u ocho si no está calculándolo mal.
Pasan apenas dos o tres minutos más y Pablo ya está acostumbrándose a esta oscuridad y dejando de sentir la nebulosa que trae el no entender que pasa, pero de imprevisto, un golpe certero desde atrás, como de un cachetazo en la nuca, lo vuelve a hundir y esta vez además termina aturdido, con un silbido insoportable en el oído derecho. 
Le duele, y le duele mucho.
Pablo intenta recuperarse, pero antes de poder hacerlo otro golpe, esta vez del otro lado y tan fuerte como el primero lo vuelve a dejar prácticamente estúpido, con un peso en el cuello casi desmesurado. Es ese peso que se siente cuando uno no puede hacer nada contra lo que se viene y que se llama impotencia. 
Al final del dolor vuelve en sí. 
La negrura eterna de nuevo, el peso de esa densidad oscura en cada centrímetro cuadrado de su cuerpo metiendo presión, la falta del aire, el pensamiento que le dice que tal vez eso sea un sin salida, un laberinto en el que no sabe como terminó, un laberinto sin caminos, sin paredes por las cuales dar vueltas pero laberinto al fin, un laberinto oscuro y eterno en un terreno abierto que no se muestra.
Desesperado vuelve a intentar mover las manos y las piernas, y desesperado se da cuenta de que tampoco puede hacerlo esta vez. Vuelve también a intentar hacer pasar el sonido de su alma que está llegando a un lugar sin vuelta atrás, por sus cuerdas vocales en forma de grito que alivia pero tampoco puede. No puede dejar salir nada.
Esta vez trata de respirar tranquilo para poder estabilizar los temblores que empieza a padecer y que el corazón deje de latir a la velocidad de la luz y otra vez casi logra la calma, al menos la que le puede permitir pensar con tranquilidad acerca de aquello, cuando siente que se está yendo para adelante. Por lo que le parece, las patas delanteras de la silla se están inclinando hacia adelante con lentitud, y es tanto que llega a sentir como la presión de la caída le arrastra la cara con fuerza, hasta que parece quedar en caída libre y entonces es rápido, y da la vuelta completa, hasta quedar de nuevo en la posición que tenía en un principio. 
Parece que no lo quieren dejar tranquilo. 
Pablo está nervioso, y claro, no es para menos.




Sigue acá  ---------------->     Pablo y la voz



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