viernes, 9 de noviembre de 2012

La canchita de los deseos




Hubo una vez en un barrio del que pocos se acuerdan, creo que apenas si saben donde están los que viven ahí, porque este es uno de esos barrios en los que la gente anda desorientada, una canchita de fútbol que en sus épocas de gloria supo dar a los que jugaban ahí, un mundo de inexplicables sucesos. Esta canchita de procedencia infernal, se encontraba en el sur de la provincia, y digo y aseguro que es de procedencia infernal porque nada de lo que pasó dentro de los límites de ese potrero podría haber sido proveído por los cielos. O tal vez sí, por algún farsante que debiendo ser ángel caído, todavía se encuentra haciendo trabajos de hacedor de milagros entre los celestes, pero nunca podría saberse. Los ángeles pueden los mejores en el arte de la mentira. 

Todo empezó el día en el que Julián a punto de patear al arco gritó, Te quiero reventar a goles toda la vida botón!. 
Durante lo que duró ese partido Julián le pateó al arquero 17 veces, y todas entraron al arco. 
Julián pateaba de mitad de cancha, y gol. Cabeceaba a las manos del arquero botón, gol. Le rebotaba la pelota en la espalda, y gol. En una Julián se calentó por una patada que le pegaron en una jugada arriesgada, pateó la pelota para cualquier lado, y la pelota dobló, unos dijeron que por el viento, otros dijeron que no la vieron, pero ninguno en realidad quiso hacerse cargo de lo que pasó, y fue un claro gol al ángulo superior derecho, y la verdad es que nadie supo entender que era lo que había pasado. 
Esa noche Julián no durmió de la sorpresa que llevaba encima y fué con sus amigos al otro día también a jugar a la cancha. Supo que hacer para probar si la conclusión a la que había llegado en secreto durante la noche era cierta. Manipuló a sus compañeros con todas las artimañas que se le ocurrieron para que David, el arquero botón, atajara de nuevo y en su contra. Demás está decir que tuvo razón. Cada vez que Julián pateó, entró al arco. Sus amigos no podían creerlo. Julián nunca fue un buen jugador, mucho menos un goleador y entre el día anterior y este, ya había metido 30 al menos, y digo al menos porque se había perdido la cuenta. 
Julián supo entonces, que ese lugar se había transformado en alguna especie de suelo protector de sus deseos o de los deseos de todos, no estaba seguro pero tampoco quería comprobarlo por ahora. Tenía miedo o estaba temeroso de lo sobrenatural de la cuestión.
Una semana después, y habiendo llegado de nuevo lo que esperan todos los pibes en ese barrio y en todos los barrios, que es el fin de semana, se juntaron en la canchita a jugar de nuevo. Todos querían a Julián para su equipo porque era la revelación o estaba en una racha de suerte que nadie quería desaprovechar, pero no se sabía que si no atajaba David para el equipo contrario Julián volvería a ser el mismo patadura de siempre. 
Esta vez Julián no pudo hacer que David atajara para el otro equipo y de nada sirvieron sus deseos, pues no se cumplieron. Había una condición que nadie conocía y de la que Julián no se había dado cuenta. 
El equipo de Julián terminó decepcionado, acusando a un golpe de suerte de momento todos los goles de la semana anterior. Tuviste un culo terrible ayer, nada más, le dijeron. Él no se defendió. 
Se fueron a tomar una coca y volvieron, y armaron otros equipos y empezaron otro partido. Tampoco David atajó en contra de Julián en el segundo partido.
Esta vez le tocó al Negro Marcos. Durante el partido anterior y también este que ya iba por la mitad no había hecho nada, ni goles, ni buenos pases, ni había robado pelotas. Ni siquiera había podido defender a su arquero del petiso Cabrera, que era sabido que el Petiso Cabrera era el peor jugador del barrio y de la zona, y ya se ve que en este barrio hay canchita milagrosa pero no buenos jugadores. Hubo un momento en el que el Negro quedó solo frente al arco y tuvo tiempo, y entonces estaba pateando con todas sus fuerzas mientras decía: Me quiero morir, no meto una. Y se cayó redondo, y se murió. Y la pelota no entró. 
Fué otra vez durante la noche, bueno, casi la noche, porque a la noche se lo velaba a Marcos, que Julián pensaba en lo pasado con su deseo y en Marcos, porque él lo había escuchado a Marcos, que se dió cuenta y se dijo, Claro! tengo que desear mientras pateo!, y tener cuidado, no vaya a ser que termine con las patas estiradas!. 
Así fué que las cosas comenzaban a desbarrancarse por completo. 
Lo fué a ver Esteban, el Papá, a Julián para avisarle que tenía que prepararse para ir al velorio de Marcos y él no podía parar de pensar en todo lo que iba a pedir en la canchita al día siguiente, y casi que enloquece pero pudo controlar la emoción y hacer que se le caiga una lágrima por su amigo muerto, como para disimular. Y no era que no lo quisiera a Marquitos, pero esto, esto era demasiado como para andar preocupándose por algo que ya no tenía vuelta atrás. La madre lo abrazó.
Para ir a la casa de velatorios había que cruzar la canchita y se le ocurrió llevarse una pelota de tenis que tenía en un baúl de cosas viejas como para ver si funcionaba cualquier pelota, y de paso, atajarse un deseo. 
En cuanto estuvieron listos, salieron cruzando la canchita. Julián se hizo el gil y dejó caer la pelota y la pateó deseando que el velorio termine rápido.
Cuando llegaron ya estaban todos. Los padres de Marcos hechos pelota, envueltos en lágrimas como dicen los grandes, con una capa transparente de lágrimas que se deshacía entre abrazos y se volvía a armar del mar que caía. Y estaban al lado del cajón, mirando a su hijo muerto de un ataque al corazón que era lo que le habían dicho los doctores. 
Uno cree en los doctores, pero no en los deseos cumplidos que se tiran al aire por equivocación. Entonces, los Papás abrazados, con algunos familiares alrededor. Los pibes en un rincón, todos los otros padres dando vueltas por el lugar. Lleno de gente. Y el olor de todas las flores juntas, y el de Marquitos, que según lo que supe después era porque ya habían pasado bastantes horas y hacía calor y el cuerpo, cuando no tiene un alma se descompone y se pudre y se va deshaciendo, porque parece que es el alma que vaya uno a saber como es, lo que hace que un cuerpo este vivo. Una molestia. 
Marquitos en el cajoncito. Cajoncito porque era chiquito, o sea, no de bebé, pero más chico que los de los grandes, él lo sabía porque había visto el cajón de dos de sus abuelos y de un tío. Había café.
No iba a aguantar mucho pero tampoco tenía que esperar mucho si el deseo se hacía realidad. 
Pasó una media hora cuando entonces zas!, un chispazo de un toma corriente. La corona en llamas, el cajón en llamas, Marquitos en llamas, la Mamá a los gritos, todos corriendo, un abuelo que no pudo escapar del fuego, los bomberos, la policía, la prensa. El velorio se terminó rápido. Julián pensaba en la suerte que tenía aún cuando sabía que iba a extrañar a Marcos. 
El miedo parecía no ser miedo ya.
A Julián empezó a irle bien, muy bien, hasta sospechoso era para cualquiera que lo conociera. No estudiaba nunca y sin embargo en la escuela le iba de diez. Si, todos dieces. Le gustaba una chica del otro grado y Pum! al otro día la chica le pidió ser la novia y hasta le daba la mano en los recreos. Quiso ganar a su Papá en el truco y le ganó, 30 a 0, aún cuando él recién estaba aprendiendo a jugar. Todo se cumplía, todo. Un día deseó que su madre no tuviera que volver a trabajar, y era un deseo generoso pero se equivoco en eso, en la generosidad, eso cambiaba el rumbo, y salió mal, y la rajaron a la madre del trabajo y todo se complicó en casa. Deseó que la madre volviera al trabajo y la volvieron a emplear pero a cambio de ciertos favores a la gerencia, y la madre volvió llorando y discutieron con el padre, y se separaron y a él lo mandaron unos días con una tía, dos pisos arriba. 
Fué a la canchita a a patear un deseo y pidió que todo volviera a la normalidad, pero ya se sabe que la normalidad va variando de acuerdo a las cosas que van pasando y entonces la normalidad que llegó no fué la que era. A esa altura la normalidad era una carrera vertiginosa de hechos que se sucedían de manera errática y anormal.
Todas las cosas empezaron a cambiar. El hecho de que los deseos se fueran cumpliendo uno a uno cambiaba el destino de todo lo que esos deseos tocaban, entonces, como se dijo, todo cambió. Hasta el barrio cambió. 
Julián se encerró en su cuarto. Durante días no pidió deseos, porque claro, el miedo había vuelto y no tenía la intención de que la desgracia siguiera tocando los tambores y bailando a su alrededor, pero a esta altura quién sabe.
Empezó entonces a hacerse el que disimulaba para no pensar ni en la canchita, ni en los deseos, ni en lo que había pasado y seguía pasando gracias a eso o por desgracia de ello.
Una noche después de dos semanas invitó a Darío a dormir, en un intento por volver a ser un chico que juega, se divierte y comparte con amigos sin saber que hay afuera un lugar que hace que los deseos se hagan realidad. 
Estuvieron jugando al chin-chón, al ludo, con la playstation, hablando tonteras. Se durmieron tarde.
Julian soñaba y hablaba entre sueños. No haberse dado cuenta de lo que sus palabras podrían confesar sin él saberlo, la verdad, fue un error imperdonable. 
Dario escuchó el terrible secreto. Escuchó hablar a Julián entre sueños. Lo escuchó decir que en la canchita lo que deseabas con la pelota se hacía verdad. No dijo nada. Y lo creyó, porque el había notado el cambió en la suerte de Julián. Fué al otro día a la canchita con pelota en mano y pidió un deseo. Nada. Se sentó bajo el arco con la pelota entre las piernas. Nada. Intentó de todas la maneras que se le ocurrieron, y nada. Cuando habiéndose cansado decidió irse, pateó la pelota recontra caliente mientras deseaba conocer el secreto. Fué entonces que supo todo. No solo el secreto de como desear en la canchita sino también los secretos de la gente alrededor, y como el pibe era bastante buchón, empezó a armar unos líos increíbles, peor que las chusmas que abundan y contaminan en todos los barrios. 
Se imaginarán que también contó el secreto de la canchita. 
Esa misma tarde Julián se enteró y salió corriendo de su encierro a desmentir para que ni siquiera lo intenten, a decir que todo iba a salir mal en cualquier momento, pero ya estaba todo encaminado. 
Hace falta solo una chispa, como la del velorio, para que todo sea fuego. Además, ante los milagros, la gente no se resiste y se pone ciega, nula, distante, incapaz de conservar la cordura. Como creer en una religión ciegamente, creer en los milagros también ciegamente, es dejar inconsciente la propia consciencia.
Los vecinos empezaron a pedir deseos a los zapatazos y todos milagrosamente se iban cumpliendo. Que quiero trabajo, que se me cure la soriasis, que me puedan sacar el cáncer de raíz, que la Viviana me de bola…
Ya habíamos contado que esa fuente de deseos por cumplirse era de procedencia infernal y es así, que la fuente aparentemente inagotable que cumplía los buenos deseos era solamente un enganche para que nadie resista tirar un deseo esperando ver cumplidos todos sus sueños. 
Para que las cosas cambien, era el destino, hacía falta que solo uno de un paso equivocado, y ya había pasado con el Negro Marcos, pero nadie sabía todavía que esa había sido la razón de su muerte. La naturaleza verdadera de lo que tenía que pasar. 
Los vecinos no abusaban de los deseos pues no querían que la buena racha termine. Era gente consciente e inteligente al parecer, y además no tenían la intención de que otra gente de otros barrios se entere de lo que en la canchita de su barrio andaba pasando. De canutos fué entonces que no abusaron. 
Los hijos, los padres, los abuelos, todos juntos en aparente comunión celestial.
El segundo en equivocarse entonces, y en realidad ya estaba todo dicho, todo estaba cambiando, los deseos jamás volverían a cumplirse como antes, fue Don Antonio, que ya andaba viejo y sin fuerzas y que pateó la pelota deseando tener la fuerza de diez hombres hasta su último día. El deseo se cumplió y la fuerza le vino de la nada y fué muy sorpresivo. Don Antonio abrazó a su mujer largamente y lleno de emoción, y sin darse cuenta en la primera de cambio la mujer se murió asfixiada. El amor mata.
Rápidamente los deseos que antes se cumplían en armonía, empezaron a convertirse en deseos acompañados de finales desgraciados. 
Arturo, el Papá del petiso Cabrera y del Renguito Manuel, deseó en un acto desesperado que su madre enferma no muera de cáncer y el cáncer se le empezó a curar en cuanto deseó, pero le dio un acv unos minutos pasado ese deseo y se fué antes de tiempo.
Coqui, uno de los pibes del barrio que jugaba en la canchita pateó la pelota al grito pelado de “que se muera la vieja sucia”, en referencia a un personaje de la novela de las 9, y al día siguiente amanecieron muertas todas las viejas del barrio que no se habían bañado el día anterior. Una locura tener que bañarse para no amanecer muerto al otro día. Como era de esperar de un deseo a los gritos, la mayoría lo había escuchado, y fueron a buscarlo los familiares de las viejas muertas para lincharlo a palos, pero previniendo la jugada de la vecindad, la familia de Coqui rajó para el campo rato antes de que pudieran encontrarlo.
Uno de los delincuentes juveniles, Juan “Vinchita” Bombara, pidió pateando para arriba, que todas las cerraduras de las casas en las que no hubiera nadie, saltaran ante sus ojos, y  en cuanto se enteró de que una casa había quedado vacía de habitantes, fué, y la cerradura saltó y le sacó un ojo.
Darío, el pibe que había desencadenado toda esta seguidilla de consecuencias, seguía enterándose a cada segundo de más y más secretos de cada uno de los que se cruzaba. Se volvió loco de saber y corrió a desear no saber más, y quedó retardado.
A todo esto Julián, andaba desaparecido, pero no ido. Los últimos días, después de que hubo tratado de convencer a los vecinos de que no pidieran nada en la canchita, se la pasó encerrado en su cuarto pensando en como podía resolver lo que, según sentía, él había empezado, pero no llego a nada, nada de nada. Al final decidió que lo mejor era aceptar que las cosas son como son y que pasan porque tienen que pasar y salió a la calle.
Fué a la canchita y sin querer tuvo una idea. Del sin querer salen muchas de las veces las mejores ideas. Pateó una pelota que andaba tirada por ahí. Todos pateaban esperando ver cumplidos sus sueños así que de pelotas andaba lleno alrededor y dentro de la cancha, y deseó poder hacer jueguitos. 
Rápidamente se encontró con la habilidad de saber como armar juegos de ingenio, de esos que te venden en la playa y en los que tenés que encontrar el camino de salida que desenganche dos pedacitos de aluminio y que te vuelven locon y te dan ganas de romper al segundo intento, y casi raja la puteada de su vida. 
Pateó de nuevo y deseó poder hacer rebotar la pelota con sus pies repetidamente, un rebote atrás de otro, y entonces pudo hacer jueguitos con la pelota, que los deseos había que tenerlos rebuscados si se quería tener resultados efectivos. Entendió que si hacía jueguitos, que era como patear la pelota repetidas veces sin pausa, podía pedir un deseo de muchas palabras. Empezó entonces y deseó que los deseos de todos se convirtieran en deseos sin cumplir, pero solo hasta olvidar todos y cada uno en el barrio, que la canchita cumplía cualquier deseo que se diera al aire mientras se pateaba una pelota, y también pidió que el olvido pueda llegar, y la pateó fuerte al final, y la pelota salió de la cancha. 
Y le salió che, al final Julián la empezó y también la terminó. Era el único deseo que podía frenar la cadena de deseos.
Los vecinos seguían pateando y deseando pero ya no pasaba nada. De repente  se había cortado la racha. 
Como el deseo de Julián había sido en voz baja y nadie lo había escuchado, no sabían que estaba pasando y empezaron a angustiarse. Se la pasaron toda la noche, todo el barrio en la cancha, pateando y deseando sin resultados, cabeza gacha. 
Algunos lloraban, otros parecían andar endemoniados. Hubo quienes se agarraron a las trompadas y otros que con el afán de separar terminaron lastimados seriamente. Si uno lo veía de afuera pensaba que toda la gente en el barrio se había tarado inexplicablemente.
Al tercer día el último en rendirse secó sus lágrimas y se fué.
La canchita quedó sola. 
Cada tanto algún vecino salía a patear una pelota para ver si los milagros habían vuelto pero no, los deseos dejaron de cumplirse. Uno esperaría que ahora sí la normalidad anterior llegue. Parecía que nunca.
El último deseo, el de Julián, el de que todos los deseos se convirtieran solo en deseos sin cumplir dejó llegar a la última de las desgracias, pero a la peor de todas. 
En ese barrio, todos los deseos dejaron de cumplirse, todos, los que se tiraban en la canchita pateando, los que se atajaban en sueños, los que aparecían en los descansos de mediodía. Todos. El desgano, las discusiones, los malos humores, de todo llegó al barrio. 
Si no hubiera sido por la salvedad en el último deseo de Julián, ese que decía que no se cumplan los sueños, pero solo hasta olvidar el tema de la canchita del barrio, su gente se hubiera perdido para siempre. 
Pasó un tiempito, tiempo desgraciado, descarriado, infame, perverso, hasta que el último olvidó al fin lo que la canchita había hecho, y de nuevo, las cosas volvían a su sitio, la gente volvió a ser buena gente, el barrio fué de luz otra vez. 
En la canchita volvían a jugar los chicos.

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