martes, 6 de noviembre de 2012

El último escrito de Alonso Evaristo Gomez





Me acuerdo del día que lo encontré, o mejor dicho me encontró, o me fué a buscar que se yó. A veces lo que pasa confunde, y más si te choca directo en la razón o en el delirio. Que a veces es lo mismo una cosa que la otra.
Ella estaba esperándome sentada en el banco debajo del sauce con algunas lágrimas que ya se habían secado (era un sauce, pero llorar debajo de él no es mandamiento universal. Ya venía llorada, y si hubiese llorado en ese lugar hubiera hecho lo mismo bajo un mandarino) y que aparecían casi imperceptibles, salvo que yo le conocía y le recordaba hasta las lágrimas secas y supe darme cuenta inmediatamente después de tenerla a una distancia razonable como para que mis ojos respondieran como tiene que ser. 
Yo, recién llegado a verla, a reencontrarme después de algún tiempo que ya no me acuerdo cuanto duró, tiempo que no quise contar, que no pude contar, tiempo que al mismo tiempo, me ayudó a pasar el tiempo. Y que valga la redundancia cuando se hace amiga. 
Los días se nos habían pasado diferente. 
A Soledad, el perfume de la primavera no la dejaba olvidar; a mi, el olor del encierro y todo lo que lo llenaba me anestesiaba.
No era que yo pudiese olvidar, no, sino que en mis maneras, y mis adecuaciones ante este tipo de situaciones tenia permitido llevar las caídas emocionales sin la angustia desesperante que enceguece, dispara, apuñala, e imprime ese dejo increíblemente presente de dolor en todo el maldito ser. 
Lo que quiero decir es que no lloré, pero eso no quiere decir que me la haya pasado de maravillas se entiende?. La separación me dolió tanto como para dejarme caer de adentro hacia afuera, pero gracias a las paredes que supe levantar pude sostenerme, y también convengamos que me ayudó bastante todo lo que hice entrar en mí como extra nebulosa y que casi me encierra en un sinsaber inconstante.
La cuestión es que nos encontramos después de todo ese tiempo, bah, primero nuestros ojos se encontraron a media distancia, y digo lo de los ojos porque ese fué el primer choque de los universos o multiversos que somos, y  fué también entonces que pareció no haber existido nunca esa sensación, que no era solo sensación de soledad, sin Soledad, y creo que a ella le pasó lo mismo porque se le notó, se lo vi en las arrugas chiquititas que se le hacen al lado de los ojos cuando los entrecierra acompañando a una sonrisa de esas que suelta porque le rebalsan las emociones hasta el fin del entendimiento. Patas de gallo le dicen nunca entendí porqué.
Ninguno de los dos sabe todavía que fue lo que nos llevó a separarnos. Creo que la naturaleza humana rechaza en algún momento lo que solo trae alegría. Las personas sin angustia, lejanía, esperanza de volver, sueños por encontrar y demas cuestiones que solo se sienten cuando algo falta, son infelices, aún cuando solo hay felicidad alrededor. 
El tiempo se paró. Si. El tiempo se detuvo y hasta nuestro corazones dejaron de latir y nuestros alientos dejaron de escaparse y por lo menos a mí, también  me inundó un hormigueo general que me llegó hasta todo lo que sé que tengo y que soy.
Ella se paró, con las manos juntas en medio de su cuerpo, agarradas entre sí, como cuando llegaba las primeras veces a encontrarme con ella, esperando darmelas a mí. Llegaban a la altura de su pubis, los hombros hacia adelante, las piernas apenas separadas entre sí. Es la bobera inevitable que nos obliga a padecer el amor. La sonrisa limpia, los ojos fijos, el pelo recogido, las ansias desbordadas, como las flores esperando las primeras luces de la mañana.
Apenas si podía mover los pies, pero hice todo un esfuerzo descomunal para poder llegar hasta su lado. Era lo único que importaba. Llegar. Importaba tanto como irme, cuando en otro tiempo me fui.
Y al final llegué. Uno al lado del otro. Ese momento inevitablemente incómodo entre los dos. El tiempo lejos nos devuelve esa sensación de primer encuentro en la que los cuerpos y las almas todavía temen darse al otro como se viene. Además, el tiempo lejos, cuando uno  ya había estado cerca, junta esa sensación que es también de temor a darse con otra típica que es la del temor a reencontrarse, a que la torre de cartas se vuelva a caer con apenas una brisa, con apenas un soplo distraído. Dos miedos juntos! 
Me senté en el banco de la plaza medio de costado, con una pierna flexionada sobre el banco, la otra apoyada en el suelo, un brazo apoyado sobre el respaldo y la mano sosteniendo mi cabeza que se andaba cayendo de tantas vueltas ahí adentro, y el otro brazo sobre la pierna que andaba reposando flexionada arriba del banco. Ella de la misma manera. Son manías físicas que se crean en la fusión de los amores. 
Nos miramos sin las palabras pronunciadas.
Ninguno de los dos sabía que iba a pasar, pero los dos queríamos lo mismo, y si no lo queríamos, lo quisimos al momento de volver a encontrarnos. No hay amor que signifique más que el estallido repentino e inesperado de dos juntos.
Despacio, empezamos a contarnos lo que había sido de nosotros. Al principio con cuidado, luego desprendiéndonos, y al final, después de un rato larguísimo que no tengo idea de cuanto duró, como la primera vez cuando nos estábamos conociendo, como todas esas noches en las que, llenas de palabras, nos mostrábamos con la desnudez del cuerpo y de las almas. 
Es la chispa de luz que suspira por volver a empezar.
En algún momento que no puedo recordar llegó dando tumbos por culpa del viento un papel. Ese papel levantó vuelo en los últimos metros y me dió en la cara. 
Me lo saqué con miedo, con sorpresa, y lo iba a tirar pero algo me llamó la atención y lo miré bien. El papel tenía una palabra escrita. “no”, decía, y estaba firmado por un nombre: Alonso.
Soledad me preguntó que era lo que decía pero le dije que nada, que nada importante y entonces abrí la mano y lo dejé ir. 
Seguimos conversando. Le dije que no entendía bien cual era el motivo del encuentro y que más allá de que la sensación que traía era de incertidumbre que fué transmutando en certeza, seguía sin entender, y me contestó que podían ser todos los motivos juntos, que para algo siempre se encuentran dos, o para muchas cosas, o para pocas, que no sabía tampoco me terminó diciendo, pero que era lindo. 
Está claro que inmediatamente después de que terminó su respuesta yo ya estaba enamorado como la primera vez no?. 
Le dije que si, que era verdad, que la separación tal vez la hayamos atravezado de manera diferente los dos, pero que el reencuentro, probablemente lo estuviéramos atravezando igual, que las sensaciones entre los dos siempre fueron casi gemelas, y nos miramos en silencio hasta que algo nos interrumpió nuevamente.
Sentí algo en la espalda. Era otro papel que el viento tenía a presión pegado en mi cintura. Tiré una mano para atrás y lo agarré. Y lo leí.
No lo tendría que haber leído me dije al rato, pero no estaba consciente cuando me dije eso. 
El papel que leí decía “Las brujas se disfrazan de criaturas angelicales con el fin de enamorar al principio, o en la vuelta al estúpido que cree que lo que es interrumpido puede continuar más adelante en el tiempo.” Y firmaba igual: Alonso.
Me asusté. Les juro que me asusté. 
Miré alrededor para ver si veía a algún fulano que me estuviera mirando y al que rajar a las patadas por estar jugándome esas cartas pero no vi a nadie. No había nadie. Soledad me preguntó que me había pasado. Preguntó con cara de no entender y de miedo y de angustia repentina que decía ese papel que me hizo abrir tanto los ojos y mirar para todos lados, y no le contesté. Seguí mirando y miré arriba, en los árboles, y debajo de los bancos y ahí estaba. Ahí estaba el culpable. Un libro desgarbado con las páginas sueltas me estaba complicando la vida y una posible vuelta con Soledad, mi gran amor, o quien yo creía que podía seguir siendo mi gran amor.
Soledad seguía preguntándome, ya con cara de muy preocupada, que pasaba, que que decían esas páginas, pero no le dije nada y me levanté y fui hasta aquel banco y me agaché con un miedo casi demencial hasta llegar frente a frente con aquel objeto que traía sujetas las palabras de algún tipo que estaría intentando comunicarme algo importante.
No sé como fué que me inundó tanto y tan de repente pero pasó. Como si un delirio volviese por primera vez efectiva a la realidad y empezara a conformarse el hecho de estar al acecho. 
Pasaron volando algunas mariposas. Pasaron volando cerca y las vi sostenerse en el aire, como en una burbuja. Las mariposas son animales sospechosos. Resulta que a una mariposa se la ve divina, colorida, hermosa a primera vista. Pero acérquese usted a una mariposa. Veale la cara, las patas, el cuerpo entero, ese que disfraza con sus alas. Las mariposas son demonios envueltos en papel glasé. Sépalo. 
Todo se torna sospechoso ante el destino cuando parece que trae verdades que aniquilan todo deseo de retorno a la felicidad. La vida no está hecha para ser solo felicidad y buenos presagios del amor.
Sosteniéndo el libro con ambas manos porque sino se desarmaba cual ser sorprendido hasta la locura, y yo iba camino a eso, la miré a Soledad, me acerqué, le di un beso en la frente, y me fui no sin antes decirle que estaba esperando volver a llamarla pronto. También le dije que solo en algunos momentos las cosas se daban como debían darse. Y me sonrió, la planté y me regalo una sonrisa. 
Así de generosa y desinteresada fué siempre, pero también así puede atrapar un ser nefasto a un crédulo como yo que solo se está dejando llevar por el sentimiento que trae lo enamorado. 
Empezaba a creer en lo que me había encontrado.
Iba apurado y las piernas me andaban lento. Estaba aturdido y la cabeza seguía rápido. Quería sostenerme en el suelo, pero me estaba ahogando en un mar revuelto.
Llegué a casa y dejé el libro sobre la mesa del living. 
Fui al baño a lavarme la cara para ver si refrescarme me bajaba un poco todo pero no, miré mi cara al espejo y la vi como si hubieran pasado años y pestañe y la vi como si la misma cantidad de años hubiera retrocedido. 
Estaba nervioso, eso era todo. No había ningún cambio real, solo era una jugada sucia de algo tenebroso que no se dejaba terminar de ver.
Fui hasta la cocina para servirme un vaso de Whisky, a ver si eso sí me bajaba un poco el nivel de ansiedad que me estaba invadiendo a las patadas pero me bajé un vaso de un solo trago, cerré los ojos, conté hasta diez, y todo seguía igual. Todo con la misma maldita sensación de asombro e incertidumbre.
Me llevé la botella y me senté frente al libro que me había mostrado dos páginas y que había firmado un tal Alonso.
Antes de abrirlo lo miré un largo rato. Me tomé un segundo vaso de Whisky, pensé en Soledad y en la soledad y en cuanto me daba cuenta en ese momento de que la extrañaba. Igual algo, tal vez esas dos únicas páginas de este libro, que vinieron a buscarme, me estaban diciendo que la soledad terminaba llegando siempre, que Soledad no tenía vuelta, que no tenía que dejar que de vueltas en mi cabeza un regreso con Soledad.
El libro parecía mantener una página a continuación de la correcta de milagro. Todas las hojas estaban sueltas y la tapa toda hajada y casi hecha polvo. 
Lo abrí.
En la primer página estaba el título “Memorias amorosas de Alonso, por Alonso Evaristo Álvarez”. 
Me quedé mirando el nombre un rato pero nada me hacía pensar en que podría haberlo conocido antes.
Pasé la página. 
En la tercera estaba la dedicatoria: “A todos los pasados en mi vida. A todos mis amores anteriores. A todas las mujeres que sin prisa pero también sin pausa se fueron yendo”
Otra vez me quedé mirando pero esta vez no para intentar acordarme de si conocía a alguien así o no, sino porque me dejó pensando esa dedicatoria, como si todos los amores fuesen pasajeros, como si las mujeres en una vida no pudieran volver porque ya no es lo mismo, porque las cosas cambian, como lo pensé en ese momento, porque lo que vino y se fué dejó lugar para que venga algo nuevo.
Se me cruzó por la cabeza ahora la certeza de que definitivamente lo mejor era no volver a lo mismo con Soledad. Me di cuenta de que no se puede volver a lo que fué, porque ya fué, porque las cosas cambian y todo cambia y el regreso, si es que existe alguno tiene que ser para adelante.
Como sea, me tomé otro trago de Whisky y segui leyendo esas páginas que me habían caído como patada merecida en el culo.
El corazón me latía rápido. Todo estaba dicho con tanta seguridad que cada palabra parecía ser la verdad universal acerca de los amores que no estaban.Don Alonso decía que las mujeres que querían volver solo querían hacerlo para reventarnos la vida. Que la mujer pretende el regreso a un amor anterior cuando las condiciones del actual no la dejan satisfechas y sabiendo que a aquel que fué antes lo tenía como quería.
En el libro, Don Alonso relataba las historias de sus amores. Hablaba de como el primer amor que dejó volver había cambiado y cómo esto hacía que la relación no fuera la misma que cuando la primera vez. 
Parecía lógico pensar que fuera así, y ¿no es acaso con el anhelo de que sea lo que fué que se quiere volver con una novia de antes? y siendo así, ¿puede ser que ellas hagan uso de esa ilusión y la aprovechen?
“Ante el reencuentro con un amor el hombre es un iluso fuera de sí, y la mujer una perra envuelta en colores con detalles de olor a rosas” sentenciaba Don Alonso en una de las páginas y seguía: “La mujer es más difícil de interpretar que una pintura abstracta. Al menos la pintura lo deja a uno tener su propia interpretación, en cambio, la mujer, nos hace creer que estamos interpretándola cuando en realidad solo nos está haciendo creer que la interpretamos. Así nos muestra lo que quiere, cuando quiere y como quiere. Y nosotros le creemos, y nos enamoramos por supuesto, y nunca o solo al final nos damos cuenta de la verdad. Pasa después que se transforma en vampiro, solo que en lugar de chupar la sangre, nos chupa el alma y nos deja secos de espíritu”. 
Fueron pasando las páginas y cada vez la palabra en contra de los amores sentenciaba más una especie de desprecio o resentimiento o de saber que nunca hubiera pensado. 
Decía, “La mujer es un ser despreciable.” y también, “Haber descubierto la verdad en las mujeres me hace un hombre afortunado. Ahora sé que ninguna más podrá engañarme y puedo escribir estás páginas para que todos los hombres sepan a que se enfrentan cuando se enfrentan a una mujer.” Y para dejar claras las ideas de Don Alonso les voy a transferir algunas otras frases escritas en sus memorias: “La mujer es lo negro del mundo, ya lo decía John Lennon y no por nada. Él sabía.”, “La mujer solo es comparada, en su lado tierno, a un lobo con piel de cordero. Que esta frase no es al pedo. No señor. Alguno la habrá dicho mientras veía a una mujer llorar supuestamente por amor, para al final descubrirla”, “Un témpano de hielo abriga más que el abrazo de contención de una mujer, pues el témpano es sincero en su fríaldad.” Y así seguía Don Alonso, y a mí, bueno, me hacía dudar de la misma existencia. La duda me visitó. Uy! diganme que mi amor existe!
En alguna de las páginas Don Alonso se refería a la mujer como competencia de la mujer misma. Decía esto: “La mujer quiere tanto ser la mejor mujer dentro de las mujeres, es tan detestable, que no solo nunca son amigas aún cuando salgan o tengan un llamado grupo de amigas, sino también ante sus hijas mujeres. La mujer que es hermosa de cuerpo, si es que encuentra (y casi siempre lo hace) a algún gil para que le salve la vida a costa de destruir la suya y lo convierte en su esclavo con la excusa de la palabra casamiento y lo que la sociedad significa en esa palabra, lo hace con un hombre más feo o menos hermoso que ella. En ese caso, si tiene una hija mujer, su hija será probablemente menos hermosa que ella y si tiene la mejor de las suertes, será fea. Eso la mujer lo hace a veces sin darse cuenta, otras de las veces (cuando son de la peor calaña de fémina) lo hace adrede, y solo algunas de las veces la mujer no piensa en ello. Cuando la mujer no piensa en ello, puede correr con la desgracia de tener una hija más hermosa y claro, siendo más joven y más hermosa, la mujer ahora madre pierde su don y se pierde en el abismo de las viejas brujas y oscuras que son cuando se encuentran derrotadas. Mejor vieja bruja, que joven serpiente. Que se sepa. 
También puede pasar que la mujer erre el cálculo, y cuando su hija ya sea también mujer o mujercita, de cuenta en su pensamiento de que su hija la supera en belleza y le compita. Se viste de nena como si fuera ella la hija, se opera las tetas, va al gimnasio para levantar el culo, se compra la misma ropa que la hija y pone cara de lujuriosa para que la miren a ella primero cuando pasea con la hija por alguna avenida. Así es la mujer.”
Está claro hasta ahora que Don Alonso era un ser oscuro y lastimado. Lastimado quizás hasta lo más profundo de lo que fué. Las mujeres en su vida o bien fueron unas arpías, según las palabras que deja leer, o el tipo era alguna especie de hombre no apto para el amor. 
Siempre dije que la duda me hacía aprender, pero esa duda me estaba reventando las tripas.
De todas maneras seguí leyendo. Estaba transpirado, fuera de foco, las luces del día se estaban apagando y yo sin poder largar ni el libro ni la botella de Whisky. Ya estaba medio en mamado e interpretando con dificultad las palabras que Don Alonso enseñaba en sus memorias pero igual seguí. 
En algún momento debo de haber caído dormido, y entonces fué un sueño. Yo hablando con mis antiguas novias, no con Soledad, sino con las otras, las que había guardado en el cajón del olvido hacía rato ya. 
Estaba en una sala, sentado en un sillón de un cuerpo, de espaldas a una ventana que daba a la calle y por la que entraba una luz de infierno que solo proyectaba mi sombra que continuaba a mi cuerpo y seguía hasta donde no se podía ver, dividiendo la sala en dos.
De un lado estaban mis novias, como ya les dije, las antiguas. Del otro lado estaba vacío.
De a una empezaron a intentar volver conmigo y yo de a una las rechazaba. Mientras, les decía que no, y eran difíciles. Les tenía que dar una buena razón para que me entiendan. Al haber entendido ellas iban pasando al sector vacío de la sala. 
Cuando hubieron terminado y ya estaban todas del otro lado, apareció Soledad caminando sobre la proyeccion de mi sombra en medio del salón y desde el fondo que era como un vacío que se iba llenando. Y no se veía, pero la reconocí. Se acercó casi sin darme cuenta que había dado un solo paso y se puso frente a mi, muy cerca mío, con sus ojos a la altura de mis ojos y a pocos centímetros de distancia, con su nariz rozando la mía, con su boca cerca de la mía, dándome su aliento, compartiéndome sus deseos. Y me quedé en silencio. Y de mi silenció le llegó una certeza que yo no le mandé pero que ella recibió. Y se fué con mis otras novias. Y desaparecieron todas. 
Me desperté sobresaltado mirando para todos lados a ver si la veía pero nada. No estaba. Y claro, que iba a estar si ya la había dejado ir. 
Me caí en algún momento, y estaba en el suelo.
La noche ya había llegado. Por la ventana solo penetraban las luces de los faroles ya encendidos y cuando vi el reloj andaba a los saltos, paseando, la madrugada a medio camino.
A los pocos minutos me levanté, levanté la silla, y fui al baño a lavarme la cara. Pasé por la cocina esta vez a buscar solo agua, me la serví en un vaso tan grande como para que un gigante tome sin que le falte y me fui de nuevo al living y frente a frente con las palabras de Don Alonso.
Cuando me quise dar cuenta estaba llegando al final. Y el final se acercaba hacia el principio del día. Que suenen las campanas y empiece el nuevo mundo!
“las novias nuevas le dan a uno lo que la novia de antes había dejado de darle. Es entonces que uno ve que todas las novias son una, que buscamos en todas lo que buscamos en una.” Así hablaba Don Alonso y así seguía: “Todos los amores son uno, Cualquier amor que se convierta en costumbre deja de ser ese amor encontrado, entonces, a ese amor de primera vista hay que salir y buscarlo de nuevo”. Y yo andaba sorprendido y con la vista perdida entre esas palabras y seguía leyendo. “Las novias son unas ingratas. Uno les da y les da y busca más para darles, sin embargo ellas, te sacan, te sacan, y buscan más para sacarte. Y además lo que antes te dieron como una muestra se acaba y desaparece entre las sombras de alguna noche que se pierde en el olvido”. 
Mi columna vertebral de la existencia espiritual estaba toda floja a estas alturas. Imaginense leer a un hombre tan seguro de todo lo que dice. A quién le cabe pensar que puede estar equivocado?
El amanecer me llamaba a su luz cuando vi que había muchas páginas en blanco y al final, dos últimas frases en el libro, que dicho sea, eran distintas a todas. Estaban escritas con otra tinta, en otro tiempo más nuevo, como de hoy. 
La primera decía “se me fueron todos los amores entre malas interpretaciones y un mal juicio. Veo ahora lo que es la verdad, pero no me queda tiempo. Todo el que tenía lo desperdicié sancionando y ante el descuido adrede casi se podría decir, de todo lo que amé. Sigo enamorado de mi primera novia, y por eso todo lo que pasó con todas las otras. Ahora lo veo. Pero es tarde. 
Que no se escape nunca una novia solo por no aceptar un retorno que pueda ser también novedad”. 
Y la última: “Que no sea en soledad. Que sea Soledad”
Me acuerdo que cuando vi esa última frase escrita grité. Grité tan fuerte como me lo permitió la sorpresa, y no fué tan fuerte en realidad porque casi se me fué la voz y entonces cerré los ojos unos segundos. 
Sentí una brisa de calle. Volví a ver, justo después de sacarme el papel que me había pegado en la cara y que decía, “SI”.
Entonces entendí que la vuelta no es al pasado, sino al futuro y que todo es nuevo aunque vuelva, porque nosotros somos siempre nuevos. 
Soledad también. Nueva conmigo. 



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