lunes, 7 de enero de 2013

3. Pablito y el barrio nuevo





Una mañana casi al mediodía mi Papá me dijo que habían vuelto unos vecinos que hacía rato se habían ido. Me dijo que tenían un hijo de mi edad, y yo pensé que era bueno que hubiera un pibe nuevo porque por ahí era un futuro nuevo amigo. Pero también pensé que es eso de querer volver al lugar del que te habías ido. Las vueltas a un mismo lugar, y de esto no me di cuenta sino hasta muchos años después, pueden traer los mismos problemas que lo que en principio te hicieron partir. O más.
Yo no estaba muy convencido de ir a ver a esa gente. Si bien estaba emocionado por la llegada de alguien nuevo al menos para mi, al barrio, en ese momento estaba dando de comer a mis pájaros y si suspendía la tarea y porque pájaros tenía muchos, tal vez se me olvidara por donde iba. Los pájaros son animales viciosísimos, unos más que otros, como todos los animales, y si les das de comer demasiado, comen demasiado. Eso nunca es bueno para nadie. 
Mi viejo me miró con una de esas miradas que nunca se le da a un hijo. Él podía hacer esas cosas, de hecho solía hacer esas cosas cuando estaba como estaba la mayoría del tiempo. 
La cosa es que claro, terminamos yendo. Cuando volvimos tuve suerte y me acordé por donde había dejado la tarea de darle de comer a los pájaros y ninguno se alimentó demás. Amaba a esos pájaros, creo que porque me los había regalado casi todos y junto con las jaulas, mi padrino. Esa era la manera que tenía yo de pasar tiempo con él, porque la verdad es que no lo veía mucho. Cuatro o cinco veces en el año y gracias. Mi padrino era uno de mis ídolos, y en realidad la mayoría de los hombres que eran buenos conmigo cada vez que me veían eran uno de mis ídolos. 
Lo que a veces hace falta en casa uno lo va encontrando en los alrededores. Siempre es así. Otras cosas no se encuentran nunca.
Cuando llegamos a la casa de esta gente nueva estaban los dos en la puerta. Padre e hijo. Domingo y Pablito. Después me enteraría que en esa familia eran tres más. Ellos: hermano, hermana, y Mamá, estaban adentro o no estaban.
La casa nueva de la familia Candiano estaba en la esquina de casa, en la misma manzana, y Domingo le estaba levantando las paredes al patio que daba a la calle.
Pablito estaba mirando a la nada, sobre una de esas paredes que Domingo levantaba pero que todavía le daba la altura como para servir de asiento.
-Domingo!, dijo mi Papá.
El hombre andaba concentradísimo poniendo ladrillo sobre ladrillo de manera perfecta. De alguna manera la voz de mi viejo se filtró por algún canal en la cabeza de Domingo y entonces este lo escuchó. Dió vuelta la cara para donde estábamos nosotros, soltó una sonrisa amiga y dijo, -Cantina!, tanto tiempo!. 
Haber escuchado que llamaba cantina al hombre al que yo le decía Papá me extrañó, porque además no había escuchado nunca que nadie lo hubiera llamado así. Ni siquiera asocié que le decía así por su relación con el alcohol.
La cuestión es que domingo bajó de la escalera y se acercó, le dió un abrazo de los que se dan a los viejos conocidos, le agarró la cara y mirándolo le preguntó como estaba y que lo veía bien y todas esas cosas que alguna gente dice como premisa de la cordialidad a uno que hace mucho no ve.
-Este es tu pibe?, pregunta.
-Si, el más grande. Daniel. Le dice.
Domingo me da la mano, como a los hombres, y eso a mí me hace sentir bien. Tengo once años y un señor mucho mayor que yo me da la mano y me larga un Que tal, que a mi me hizo sentir grande.
-Pablito!, vení hijo!, dijo. Y Pablito se levantó y empezó a caminar hacia donde estábamos nosotros.
En ese momento vi que la pared que levantaba domingo estaba con los ladrillos apoyados desde el lado más flaco y cuando después le pregunté a mi viejo porqué la estaba levantando así me dijo que de esa manera ahorraban plata y siguió haciendo lo que estaba haciendo que creo que era jugar con mi Atari. Al par de días, cuando llegó de visita mi abuelo, le pregunté por lo de la pared porque no lo había entendido y entonces me explicó el tema del espacio que ocupa el ladrillo y de como para levantar los mismos metros de pared, ubicando los ladrillos de canto, se usa menos material. 
-y no se cae?, le pregunté.
-No, pero no se la aguanta tanto como con los ladrillos puestos al derecho, me dijo.
Tuve miedo. Hoy me acuerdo y pienso que cuando uno levanta una pared, lo tiene que hacer al derecho porque sino se cae, como todo, inevitablemente, y antes de tiempo.
Pablito llegó donde estábamos y no saludó, entonces Domingo lo presentó y lo saludó a mi viejo con un beso, y a mi me dió la mano. Otra vez me sentí grande. Creo que los dos nos sentimos grandes saludándonos como gente grande. Nos sonreímos. Nos alejamos un poco mientras nuestros padres se quedaban conversando.
-Y?, le pregunté.
-Y qué?, me dijo.
-Que si te gusta el barrio.
-No sé, recién llegamos. Mi Papá me contó que antes vivíamos acá, pero hasta que yo cumplí cuatro y después nos fuimos a vivir a Ensenada.
-Capaz que te gusta. Los pibes de la cuadra son buenos. A la tarde si querés te paso a buscar y salimos a jugar.
-Dale.
Nos quedamos un rato en silencio. Yo nunca me había quedado en silencio con nadie de mi edad pero no me resultó extraño. Pablito tenía algo que te hacía quedar tranquilo con el silencio. Creo que con él aprendí que el silencio es también un buen compañero, incluso sentado al lado de alguien más.
Mi viejo pegó el grito para que me vaya a casa con él y entonces le dije a Pablito que después de comer lo pasaba a buscar y me contestó que si, que me esperaba. 
En ese momento no sabía porqué pero me hacía sentir bien tratar de hacer sentir cómodo a los que veía desubicados en su lugar. Hoy todavía es algo que me hace sentir bien, pero hoy sí sé porqué. Si el más desubicado en su sitio era yo y nadie me ayudaba, porqué yo no iba a tratar que nadie más sintiera como yo?. Cosas que enseña la vida temprana que se lleva en grises a quienes pueden recibirlo: el sufrimiento no es para que uno deje llegar al resentimiento. Además, y es un poco egoísta también, ver lo desubicado del alma y de la razón en alguien más, servía de reflejo. Y la puta que lo parió, yo no quería espejos que me hicieran ver.
Después de comer mi viejo se fué a dormir. Mi Mamá estaba trabajando, y mi hermana estaba con mi abuela haciendo no sé que cosa.
Lo fui a buscar a Pablo, y salió la Mamá: -Está pablo?, le dije.
-Hola lindo, quién sos?, me pregunta.
Inmediatamente siento vergüenza por no haber saludado primero y lo nota y sonríe, entonces me dice -Le voy a decir que lo estás buscando.
Safé, no sé de qué pero safé. Parece una buena mujer.
Lo espero unos minutos y entonces Pablito sale con una sonrisa. 
-Vamos?, me dice.
-Adonde?, le contesto.
-Donde vos digas, yo no conozco nada.
-Vamos a buscar a los pibes.
-Mi Papá me dijo que cuando éramos muy chicos algunas veces jugamos juntos.
-No me acuerdo.
-Y yo tampoco




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