miércoles, 2 de enero de 2013

2. Pablo y la voz





Pasa un rato tratando de ver, sin ver. Tratando de escuchar sin poder escuchar. Tratando de sentir, y esto sí que puede hacerlo. Pablo siente que alguien lo está observando. Siente que alguien le está jugando una mala pasada, un juego de roles del cual ahora mismo no sabe cual es ese rol que le está tocando, o sí, pero no puede verlo. 
A veces la represión es más fuerte que cualquier argumento de la consciencia para hacerse cargo de las cosas y no es que Pablo mereciera estar ahí, no es que las cosas se den siempre porque tienen que darse ni porque sean merecidas, sino que a veces todo lo que pasa, nos toca aún siendo alguien más el responsable.
Viento. Siente una leve brisa que viene desde atrás.
-Es aliento, piensa. Respira hondo.
Abre la boca. Ahora puede abrir la boca y sin querer se le escapa una sonrisa. No puede creer que ahora puede abrir la boca. Tal vez en algunos minutos pueda hablar también. Entonces abre la boca, pero apenas separa los labios. No importa, eso quiere decir que por ahí puede pasar viento y si puede, entonces tal vez pueda decir algo, llamar a alguien.
Intenta producir algún sonido pero es difícil. Lo sigue intentando, hace fuerza. 
Sigue tratando sin parar y le duelen los huesos de la cara, y le duele la garganta que no suena, que no dispara una pregunta precisa. Ni siquiera una sola palabra.
Calla. Pero calla lo que intenta decir y no lo que está diciendo porque en realidad no dice nada. Piensa en eso y es cuando siente que está perdiendo algo o todo, y no sabe y entonces siente el peso de sus pocos años como si fueran todos los que le quedan por vivir. 
Pablo no puede con todo esto que le tocó, pero le tocó y ya no hay vuelta que valga.
Un intento más se dice. Y siente de nuevo lo que piensa como un aliento que lo espera desde atrás. Es una brisa de hielo que parte las caras  de quienes lo enfrentan en una noche de frío polar.
Abre de nuevo la boca, un intento más vuelve a decirse. Piensa en la palabra, en la única palabra. El diafragma responde, los pulmones se ajustan, y aire pasa entre las cuerdas vocales. Entonces puede.
-Porqué!?, pregunta. Y no espera una respuesta.
Silencio. Un silencio negro como la negrura del espacio en el que se encuentra.
-Porque sos un hijo de puta. Le contestan. 
La respuesta le llega como un susurro al oído, despacio y suave. Como si todos los secretos en el mundo fueran entre Pablo y esta voz que aparece.
Los pelos de la nuca se le erizan y el escalofrío le recorre toda la columna vertebral y se desparrama por todo el cuerpo. El centro de todo lo que es está congelado. Pablo siente terror, por primera vez en la vida conoce lo que es estar aterrorizado.
-Quién es?, pregunta pero apenas le sale un hilo de voz y tiene que repetirlo para que suene.
-Quién es?, vuelve entonces a preguntar.
Piensa en el payaso casi de inmediato. La imagen que ve es la del payaso que vió una vez en televisión cuando tenía ocho años. 
-El que te viene a decir que tu vieja es una puta.
-Mi Mamá no es ninguna puta!, retruca gritando Pablo, con una valentía que no es suya en ese momento.
-Tu vieja es una puta y una hija de puta. Y vos sos un hijo de puta nene, un hijo de puta.
Pablo tiene los ojos hinchados y los labios apretados a punto de escupir fuego, como cuando se pone rabioso en uno de esos ataques que a veces tiene y que no puede controlar.
-Que no!, dice, y está llorando.
En un segundo se queda sin aire. Acaba de recibir una trompada en las costillas del lado izquierdo del lado de atrás. Es terrible y le duele como ningún golpe le dolió antes. Le duele más que la vez que se cayó de la medianera de la casa de Ensenada que tenía casi tres metros de altura.
Piensa en la muerte. Piensa que se va a morir, que tiene quince años y que lo van a matar. Sigue pensando en que fué lo que lo llevó a estar ahí pero no puede entenderlo.
-Dejame tranquilo!, grita pero no es una orden sino una súplica.
Respira agitado y esperando que le vuelva de a poco el aire, y a poco de poder lograrlo, otra trompada en el mismo lugar, y otra del otro lado también en las costillas. Y risas, ahora se escucha que ese que habló se está riendo, y es una risa perversa, es una risa que está disfrutando, que se está divirtiendo con lo que vino a hacer.
Pablo cree que no puede más pero no sabe que puede mucho más, y que todavía le queda mucho tramo de este camino.
Le cae una gota por el medio del ojo. Está transpirando tanto que las gotas caen indiscriminadamente por toda la cara y ya las lágrimas se confunden con las gotas de transpiración. Unas de un miedo triste, otras de un miedo nervioso.
-Tu vieja es una puta malparida. Repite lo que sea que ande atrás de pablo.
Vuelven las risas por un segundo y enseguida un silencio y otra vez un golpe. Esta vez es a la altura de los riñones y Pablo siente una punzada increíble que casi le hace perder la consciencia, pero lo anima o mejor dicho lo despabila otra trompada furiosa, más furiosa que las demás que fueron cayendo, bajo las costillas, del lado derecho y lo hace doblar más allá de cualquier atadura que pueda llevar. 
Pablo está retorcido del dolor de los golpes, pero más le duele el miedo por esto que pasa y que no entiende.
-Porqué?, pregunta Pablo y esta vez lo dice ya no rabioso, sino más bien hundido en la tristeza de saber que definitivamente algo anda mal. Muy mal.
-Ya te lo dije. Tu vieja es una puta. Y por segunda vez fué un susurro al oído.

Pablo despierta abriendo los ojos tanto como puede, como casi nunca cuando se despierta. Está en su cama y le duele mucho el cuerpo. Baja los pies y se sienta. Se abraza la cabeza y la lleva hasta las rodillas. Respira hondo. Cuando se para le duele a un costado y se mira apenas girando el cuerpo. Siente mucho dolor. Tiene una marca. Recuerda la risa perversa y esas palabras que no quiere pensar. Se encierra en el baño y llora.


Sigue acá  ---------------->  Pablito y el barrio nuevo

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