martes, 8 de enero de 2013

Enero






Enero. Tengo miedo. Mucho. No estoy pensando en el miedo. Lo estoy sintiendo. Siento el miedo como un pasajero oscuro que me tiende la mano pidiendo que lo acompañe hasta las mismas entrañas de la desolación.
Hace un rato pensé en meterme en la bañera, abrir la ducha, tapar el desagüe; dejar que se llene mientras me mojaba e inundaba, y yo, tirado en posición fetal, llorando. Llorando de miedo. Pensé que así podría haber desagotado de mi alma algo de este miedo que no me deja respirar calma. 
No lo hice. No va a servir de nada, pensé. Siempre pienso que las cosas que creo que pueden ayudarme no van a servir de nada. Terminar actuando de esa manera siempre es una forma de autodestruirme. Algo leve, una forma de autodestrucción livianita digo, porque en realidad soy un cobarde. Si no fuera un cobarde enfrentaría este miedo que tengo en el medio de mi cuerpo y de mi alma y saldría a reventar la cabeza del hijo de puta que me está haciendo sentir esto.
Ayer hablé con Papá pero a él tampoco se le ocurre mucho más que a mí que es por ahora nada. No es el Papá de antes. El Papá de ahora es otro. Él todavía tiene miedo pero es valiente. Con el Papá de ahora somos bastante parecidos. No mucho, quiero decir: somos valientes por partes y de a ratos. A él le dan miedo muchas cosas y es valiente en algunas, y yo, tengo miedo y puedo pensar y hacer planes pero no terminar actuando. Solo puedo ser valiente en  momentos desesperados. Ahora no estoy desesperado, tengo mucho miedo, pero todavía no están llegando los momentos desesperados. La desesperación es mucho más de lo que puedo llegar a nombrar.
No sentía un miedo tan verdadero como este desde que nacieron mis hijos. Su llegada me llenó de miedos. Miedo a la muerte, mi muerte, a no llegar a conocerlos. Me acuerdo que quise grabarles mi voz y algunos consejos por si me disparaban a la vuelta de la esquina. Por las dudas me decía. No lo hice. Me convencí a mi mismo que hacer eso era dejar sonar el teléfono de la desgracia hasta que se cansara y me atendiera. No quería que me atendiera así que dejé de llamar y hasta ahora las cosas van bien. Pude dejarlo pasar, al miedo, gracias a ellos, mis hijos y la mujer que me acompaña. 
Este miedo que cargo ahora no puedo dejarlo pasar. Porque este miedo no tiene que ver con ellos y no es una paranoia mía. Este miedo es real, y si bien el miedo de antes también lo era, porque hoy en día en la calle a uno le puede pasar cualquier cosa, no es lo mismo. Este miedo real de hoy tiene que ver con perder, pero no con perderlos a ellos. No con perder a mis hijos ni a la mujer que es mi compañera.
Podría estar a punto de perder a un hermano. A mi hermana.
Perder a mi hermana sería perder parte de la vida. De toda la vida que me pasó. Tengo miedo de perder parte de la vida, siempre me da miedo pensar en eso. Pero esta vez tengo más miedo, terror, es eso. Estoy casi aterrorizado de que esta hermana que tengo la pierda toda. No de que se muera y la entierren. Lo que me asusta de verdad es que se muera pero que siga viva. La muerte en vida. Lo peor es morirse y seguir vivo. No quiero perderla. La amo demasiado. Muchos la queremos de esa manera. 
La veo enferma. Está casi ciega. No sé si no es que en realidad quiere estarlo. No quiero que quiera estar ciega porque va a terminar sin soles, y también sin nuevos buenos días. Mi hermana es esclava, es parte de lo que fué. Es solo una parte que tengo que hacer salir, porque está en algún lugar, dentro de su alma. Ella esta ahí. Yo la veo. Podemos verla. Ella se deja ver también un poco. Algo hay que hacer. No puedo seguir siendo un cobarde y pretender que cargo con la ilusión de que se va a dar cuenta y se le va a dar vuelta para bien la vida algún día. No. Esta vez hay que hacer algo. Esta vez voy a hacer algo. 
Este miedo no puede quedar así hasta que sea desesperación, desolación, angustia, culpa irremediable. 
Una vez estuve así y por lo mismo. Hace muchos años pensé, después de casi la locura, que iba a estar bien. Hoy no, ya no hay posibilidad más que la de erradicar el cáncer de una vez y para siempre. 
No puedo ver como hacerlo sin hacerlo de una manera drástica y definitiva pero algo voy a encontrar. Alguna manera habrá. 
Esta vez no hay tiempo para rendirme ni para acobardarme porque puede ser al final, demasiado tarde. Tarde no. Nunca. 




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